miércoles, 24 de julio de 2013

Nueve (y medio) estados de ánimo. (II)

No me gusta considerar al corazón como un arma. Sería comparar a nuestra máquina de sentimientos con cosas tan terribles como una escopeta, una pistola, o una ametralladora. Pero siendo sinceros, lo es, y además, un arma de doble filo. Es un órgano muscular que actúa como impulsor de la sangre, y también, como impulsor de los sentimientos. Como impulsor y también como consejero. Consejero de aquello que no somos capaces de ver cuando tenemos dudas de actuar. 

El corazón es aquello que a veces nos aconseja para bien en muchos casos, o para mal también en muchos otros. Es aquello que cuando estamos en una discoteca, y nos fijamos en alguien que nos atrae, pero tenemos miedo de acercarnos y llevarnos el rechazo, el corazón nos dice: "Pero tío, ¿tú eres tonto? Díselo, no sabes si la vas a volver a ver en tu vida, no vas a perder nada por intentarlo." Cuando pasamos de ser niños a adultos, es un poco como la parte caprichosa que queda dentro de nosotros. Y sus caprichos son esos truenos que suenan cada vez que se sucede una tormenta de verano. Nunca nadie los espera, y cuando llegan, todos tenemos un miedo impresionante sobre el ruido que se provoca.

El alma, es la rebeldía de nuestro cuerpo. Es el sentimiento de amor, desamor, libertad, rebeldía, nostalgia, melancolía, diversión, alegría, que existe dentro de nosotros. Es como la parte irracional con la que cuenta el ser humano, y la parte racional la pone el cerebro.

Nueve (y medio) estados de ánimo. (I)

Las noches en las grandes ciudades suelen ser largas. Tan largas que quizá ni la propia noche descanse en sus propios aposentos. Los coches no paran de cruzar los puentes que unen las calles, las calles llenas de personas anónimas disfrazadas con tal de hacer esbozar una sonrisa al personal con sus dotes bohemios. Dotes musicales o mágicos,pero dotes.

Y, sobre todo en verano, las noches suelen ser homogéneas. En ella se mezclan ciudadanos de la propia ciudad, o gente que viene de otras ciudades, países, o incluso desde otros lados de este globo tan inmenso que llamamos mundo. Gente que viene de otros países y que sonrojan a la noche, reinada por su luna y sus correspondientes estrellas, que pierde su timidez y gana extravagancia. La extravagancia nocturna llega hasta el punto de que dejamos de hacer caso al reloj, a pensar en qué hora será, o a qué hora hay que levantarse el día siguiente.

Por la noche, el mar se mueve suavemente por la costa, jugando a hacer cosquillas a la arena salada, mientras su frialdad poco a poco comienza a recalentarse, hasta volver a su templanza a medida que va llegando de nuevo el amanecer.