miércoles, 13 de enero de 2016

Lectores.

Cuando uno escribe, muchos piensan en la actualidad que el que escribe lo hace para ganar dinero. Pero si echamos la vista un poco atrás, nos damos cuenta de que escribiendo era una forma de desahogarse, de poder quedarse contento con sí mismo. Por eso el que escribe tiene en su mano la opción de darle mucha o poca importancia lo que piensa la persona que lee lo que el escritor dice.
No considero que sea una persona que no sabe encajar las críticas. Al contrario. El más crítico conmigo mismo soy yo, no hay nadie que me gane a criticarme, y mira que le caigo mal a mucha gente. Le caigo mal a mucha gente que le doy demasiada importancia a lo que piensan de mí como persona. Lo que piensan de mí y de cómo escribo es algo que solamente me interesa si es una crítica que me ayuda a mejorar. El problema es que casi todas las cosas negativas que me dicen son críticas sin argumentos, sin ningún tipo de base. Son más “tira la piedra y esconde la mano que una crítica”. Me gustaría encontrar una respuesta a esto, pero sinceramente no encuentro ninguna razón, excepto que a la gente no le gusta que un servidor escriba diciendo las verdades que duelen a los demás. Es una lástima que vivamos en un país con libertad de opinión y se trate de derribar de la forma que sea a aquel que plantea una opinión distinta a la del pueblo. Qué razón tenían algunos cuando decían que “Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.

Tampoco es justo no mencionar a la gente que critica bajo la intención de que no vuelvas a cometer errores.  Esa gente conocida o desconocida que te muestra su desacuerdo con tus ideas pero que no la comparten. Esas personas abiertas a debatir, a escuchar antes que a imponer sus ideas. Es gente maravillosa.


Volviendo a los fanáticos de sus ideas, muchas veces esas personas no entienden que haya gente que comparten la opinión del escritor y dejan ahí en medio su crítica destructiva. “No entiendo qué hace esto aquí” leí una vez. Ese comentario acababa con la brillante frase de “ni tengo ganas ni voy a entrar a discutir contigo”. Leía eso pensando una y otra vez que si él no entendía qué pintaba lo mío allí, yo tampoco entendía muy bien qué pintaba su opinión en el mismo espacio. También hay gente que afirma que por qué escribimos sobre aquello que no soportamos. A esa gente habría que decirles que si “hay que comer de todo, incluso lo que no nos gusta”, también hay que ver, leer o escuchar lo que no nos gusta. Una lástima que a algunos todavía les guste vivir en los mundos de Yuppi con sus cuarenta tacos. Una lástima.

sábado, 2 de enero de 2016

El lado oscuro de la Independencia.

Recordando estos días el deleznable arbitraje de Vicandi Garrido en Barcelona, se me viene a la cabeza una idea sobre cierto sector del pueblo catalán que tengo desde no hace demasiado tiempo. El colegiado fue tan descarado que sus decisiones recordaban a las que se tomaban en Madrid cuando Franco quería que el Madrid ganara, fuese como fuese.

No es ninguna mentira decir que la política ya no tiene líderes con carisma como eran Churchill, Roosevelt o Adolfo Suárez. El presidente en funciones de la Generalitat catalana Artur Mas no es una excepción. Mas pretende que su carisma se base en su legado, y que su legado sea ser el héroe que logró fundar la República Independiente Catalana. Para intentar lograr su misión, se aferra a su ya mítica “España ens (nos) roba”. Es muy fácil decir que te quieres ir porque te están robando, lo que no es tan sencillo es hablar de todo lo que se han llevado gente como la familia Pujol o todo el dinero que ha desaparecido dentro de su partido político. Supongo que para el señor Mas o tanto los Pujol como su partido o los considera españoles, o no es que hayan robado nada, simplemente se lo han llevado prestado y ya lo devolverán. Ya lo decía Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

Probablemente tenga razón Artur Mas diciendo que España les roba. Pero España, por esa regla de tres, roba en Cataluña, roba en Andalucía y roba en Canarias, y ni en Andalucía ni en las islas afortunadas nadie ha levantado demasiado la voz. Como decía, Artur Mas quiere pasar a la historia y salir en todas las fotos. Lo curioso llega cuando su partido, tan independentista, se presenta a las elecciones generales en España. Lo curioso, es cuando quieren marcharse de España sin salir de la UE, quieren seguir recibiendo ayudas en sanidad y en educación. Quieren irse de España porque según ellos todo lo que tienen es cosecha propia, como si España no hubiera aportado nada a su patrimonio. Mas podría recordar que en las elecciones no tuvo mayoría ni de votos ni de escaños, y que para conseguir la mayoría en el Parlament, lleva tiempo intentando pactar con gente de extrema izquierda con la CUP, quienes encima les quieren reír las gracias a Convergencia con un irrisorio empate a 1515 votos en su asamblea. Tampoco se termina de entender la postura de Esquerra Republicana en todo esto. No se entiende cómo un partido de izquierdas moderado se quiere unir al proyecto de independencia junto a un partido que apuesta por muchos recortes y pocas explicaciones. O sea que Artur Mas quizás no debería salir por la puerta grande y a hombros cuando tuvo que recurrir a un partido con la ideología totalmente opuesta al suyo.

El pueblo también habló. En las últimas elecciones se demostró que hay una clara división entre los partidarios de irse de España y los que quieren quedarse. Y dentro de los independentistas también existe el mensaje de odio hacia los españoles. ¿Odio por qué? Nadie lo sabe exactamente. Según ellos, les miramos como apestados. Suena irónico cuando son ellos los que quieren marcharse de nosotros. Son ellos los que se han creído el cuento de que con la independencia van a ganar, cuando su presidente ha faltado mucho el respeto y a propuesto poco. Quizás cuando quieran cambiar su opinión sea demasiado tarde, y ojalá que no.


Habría que recordar que en Cataluña viven 7’5 millones de habitantes. Si consiguen su independencia, tendrán un gobierno formado por un partido de derechas con un carácter semifascista, un partido de izquierdas, y uno de ultraizquierdas, o sea que de ahí puede salir de todo menos algo bueno.Y el pueblo catalán, como el español, necesita estar ahora más unido que nunca, para poder recuperarnos de la crisis lo más pronto posible. El pueblo catalán necesita un presidente que dé la cara por ellos con medidas, y no alguien que por ser presidente se crea que habla en nombre de todos sus ciudadanos.