Y, sobre todo en verano, las noches suelen ser homogéneas. En ella se mezclan ciudadanos de la propia ciudad, o gente que viene de otras ciudades, países, o incluso desde otros lados de este globo tan inmenso que llamamos mundo. Gente que viene de otros países y que sonrojan a la noche, reinada por su luna y sus correspondientes estrellas, que pierde su timidez y gana extravagancia. La extravagancia nocturna llega hasta el punto de que dejamos de hacer caso al reloj, a pensar en qué hora será, o a qué hora hay que levantarse el día siguiente.
Por la noche, el mar se mueve suavemente por la costa, jugando a hacer cosquillas a la arena salada, mientras su frialdad poco a poco comienza a recalentarse, hasta volver a su templanza a medida que va llegando de nuevo el amanecer.
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