miércoles, 24 de julio de 2013

Nueve (y medio) estados de ánimo. (I)

Las noches en las grandes ciudades suelen ser largas. Tan largas que quizá ni la propia noche descanse en sus propios aposentos. Los coches no paran de cruzar los puentes que unen las calles, las calles llenas de personas anónimas disfrazadas con tal de hacer esbozar una sonrisa al personal con sus dotes bohemios. Dotes musicales o mágicos,pero dotes.

Y, sobre todo en verano, las noches suelen ser homogéneas. En ella se mezclan ciudadanos de la propia ciudad, o gente que viene de otras ciudades, países, o incluso desde otros lados de este globo tan inmenso que llamamos mundo. Gente que viene de otros países y que sonrojan a la noche, reinada por su luna y sus correspondientes estrellas, que pierde su timidez y gana extravagancia. La extravagancia nocturna llega hasta el punto de que dejamos de hacer caso al reloj, a pensar en qué hora será, o a qué hora hay que levantarse el día siguiente.

Por la noche, el mar se mueve suavemente por la costa, jugando a hacer cosquillas a la arena salada, mientras su frialdad poco a poco comienza a recalentarse, hasta volver a su templanza a medida que va llegando de nuevo el amanecer. 













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