Yo soy de los que piensan que la clase institucional
española pasa por la crisis más déspota desde que nos democratizamos. Para mí,
los payasos del siglo XXI son aquellos hombres encorbatados que dirigen un
país, un banco, una entidad o el simple equipo de petanca de mi barrio. No
tienen ni santa idea de cómo gestionar un producto muy valioso, que cuenta con
un puñado de fieles peregrinos.
El Baloncesto Sevilla es algo segundario en esta ciudad
totalmente desdibujada por aquella masa apasionante tanto en la barriada de
Nervión como en Heliópolis. En el pequeño y humilde barrio de San Pablo, el
fútbol no es nada comparado con su cofradía, y ese equipo de baloncesto:
nuestro Caja, como le llamábamos hasta este verano, o Baloncesto Sevilla o
Sevilla Baloncesto como unos cuantos mamarrachos quieren que lo llamemos ahora.
Unos mamarrachos de un fondo inversor que compraron un equipo para invertir y
ganar dinero en un deporte que en este país es sinónimo de arruinamiento puesto
que apenas genera beneficios. Un equipo, que brillaba por su juventud, a pesar
de un inicio titubeante en el que se pedía la cabeza del entrenador, y al que
casi se le acaba sacando a hombros junto varios diamantes con el futuro más
ilusionante del mundo por delante.
Cuando este grupo compra el club, prometen una continuidad,
que ha sido más opaca que el programa electoral del PP. Lo primero que hacen es
elegir un técnico inexperto, estadounidense, que no puede pisar un banquillo
español por asuntos burocráticos. Con él llegan diversos compatriotas suyos
para sustituir a los talentos del año anterior, algunos descartados por altura,
o cuestiones similares.
La competición se inicia, y, aquel equipo tan sólido
defensivamente en pretemporada, se convierte en una verbena defensiva donde
todos atacan por su cuenta, sin ninguna intención de jugar en equipo y con una
defensa propia de un patio de colegio. Todo ello dirigido desde un banquillo donde en
liga nadie se levanta como protesta ante
la situación de su entrenador. Todo muy maduro, sí. Un 1-5 en ACB y tres
derrotas europeas consecutivas son el balance, con muchas derrotas humillantes
es el espectacular inicio de este equipo donde solo brilla el producto
europeo-nacional, es decir, el que había antaño más un par de retoques, o lo
que es lo mismo, la DENOMINACIÓN DE ORIGEN, ya que los americanos no brillan
por falta de calidad o porque simplemente prefieren dedicarse a temas
extradeportivos.
Aunque el CB Sevilla sea algo minoritario en la ciudad
hispalense, su hinchada va “in crecento”. Y aunque seamos pocos, si algo no nos
gusta, nos vamos a quejar, aunque traten de hacernos callar, vamos a quejarnos
hasta lograr lo que nos proponemos. Si no nos gusta el técnico, vamos a sacar
el pañuelo hasta lograr que lo cesen. Porque aunque seamos pocos siempre vamos
a estar ahí todos los domingos, a pesar del Sevilla Fútbol Club, a pesar del
Real Betis Balompié.
El CB Sevilla no puede permitirse seguir siendo apalizado
por cada ciudad ACB o europea que pisa y pretendan hacernos callar la boca con
una camisetita en los tiempos muertos o con una charanga, que a este paso, el
día que se nos muera el Caja también van a tener que estar ahí para tocar la
marcha fúnebre. No se puede permitir tampoco mantener un técnico ilegal con la
ley en la mano, e incapaz de manejar la situación, mostrando que está perdido
al rotar en tres minutos a sus tres pívots, o equivocándose a la hora de dar el
quinteto inicial.
El CB Sevilla no puede permitirse mantener a jugadores cuyo
rendimiento es nulo, creando además mucho malestar en el vestuario. No doy
nombres, pero solo decir que hace un año los jugadores decisivos eran los
jugadores extracomunitarios, y este… Pues eso.
Y sobre todo, lo más importante. El CB Sevilla no puede
seguir consintiendo el seguir soportando a una directiva que espera al último
suspiro de la entidad para matarlo definitivamente. No se puede permitir que
aguanten al entrenador, que no corten a ciertos jugadores sin capacidad ni
voluntad. ¿Qué están haciendo con el Caja, me pregunto? Porque el bien no. Solo
miren al palco durante los partidos. No hay ni diez personas. Galilea, prefiere
trifulcas con la afición a asumir la responsabilidad. El jefe del fondo
inversor acude a San Pablo a echar el rato.
¿Y el resto? La afición. Los que vemos triunfar a distancia
a Aíto, Bramforth o Landry, mientras en San Pablo nos dejamos las uñas y la
garganta viendo perder y perder a este equipo. Si quieren matar al club, liquídenlo
ya, pero no lo hagan agonizar, que ya es demasiada crueldad. De mientras, nos
conformaremos con marcadores nuevos e inútiles “defiende San Pablo”.