sábado, 30 de marzo de 2013

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Para unos, la vida es un periodo rutinario en el que se bebe, se fuma, y se esnifa diversas drogas entre las cuales la más popular es la coca. En el otro extremo, otros piensan que la vida se trata de una serie de experiencias que nos transmitieron nuestros padres, y abuelos, y nosotros, a la misma vez, transmitiremos a nuestros hijos, y estos a su vez a sus hijos, nietos... Y luego, para mí, la vida es un rebujo de complementos circunstanciales. 

Pero aunque todos compartamos diferencias para hacer una definición de la vida, todos le tenemos miedo al peor arma de destrucción masiva que tiene, y este se llama "amor". Y es que, ¿por qué negarlo?, todos tenemos una pequeña envidia al oír en nuestro ente cercano, las risas de las parejas o el dulce sonido que se siente tras el contacto eléctrico que hacen saltar las chispas de dos labios. Esa sensación increíble e inolvidable de levantar y acostarte con ella. Ser como Adán y Eva, para disfrutar del paraíso. Conseguir hacerla picar para luego jugar con su boca. Robarle un beso, una sonrisa, y una de las pulseras multicolores de su mano.

Caminar por el campo, y recoger amapolas. Envolver con rosas su vestido blanco de palabra de honor. Tumbarla en el césped, y bajar con la mano derecha la cremallera del vestido, mientras muerdo su cuello. Acampar y dormir al aire libre, observando la primera luna llena de la primavera. Sentir el azahar de las plantas, el silencio rural, que no tiene ni punto de comparación con todo aquel mundo social rocambolesco que supone vivir en la zona céntrica de una ciudad. Sentir su risa un millón de veces, colocar el dedo indice en sus labios para pedir que no hable, que solamente cierre los ojos, se despreocupe de todo, de los problemas, de la vida rutinaria, y que se dedique a pedir un deseo, que esa noche me convertiré en alguien mágico por concedérselo.

jueves, 14 de marzo de 2013

Día a Día.


¿Por qué gritar cuando fuera de nuestra atmósfera nuestros sentimientos no importan? El mundo es un lugar repleto de historias tan distintas como numerosas. Personas envueltas en días soleados de cielo celeste en algunas ocasiones, y en otras de días congelados por el frío donde la lluvia manda y el viento la acompaña.

Porque la persona somos como el sistema solar: cada uno de nosotros es un planeta donde algunos días la climatología es lluviosa, y entras ocasiones el sol sale con imparable fuerza. Con tal fuerza que no es capaz de destruir ni siquiera una marea, ningún volcán, ningún huracán, ni sentimiento. Un planeta en el que a veces ocurren fenómenos como los eclipses que provocan la oscuridad del cielo a pesar de la visión del sol. Pero el sol, al final, como todo astro, acaba demostrando su valía. 


Las personas, a lo largo de nuestra vida, pasamos por depresiones, alegrías, y momentos complicados. Pero siempre tenemos esa fuerza sobrenatural de levantar la cabeza. Siempre sacamos la cabeza del agua para respirar. Siempre tocamos la pared con las manos al final de la calle de la piscina. Y todo esto ocurre cuando cerramos el puño con rabia, para acallar las bocas que nos juzgan sin ningún tipo de juicio de manera continua.

domingo, 10 de marzo de 2013

People talks.


El otro día estaba reflexionando en cómo han cambiado las cosas desde que era un enano con cinco años hasta día de hoy. La verdad es que siento asco del cambio que las personas experimentamos durante esa transición llamada adolescencia. Existen personas que cuando no llegan al metro cuarenta de altura son una auténtica delicia, y sin embargo el destino y su alrededor las influencia al mal mundo. A empezar a beber alcohol, y a fumar tabaco. Incluso en el caso más extremo incluso a coquetear con las drogas. Llámese maría, coca, paqui, o como quieran.


Yo, por suerte, no he llegado a tal punto. Es cierto que he tomado alcohol en ocasiones puntuales, pero nunca hasta el hecho de llegar a la embriaguez. Pero también es verdad que de pequeño era un encanto de niño y de persona, y que todas las madres de mis amigos se lo decían a la mía. Y sin embargo, ahora, no soy más que un alma dormida de niño dentro de un cuerpo de hombre. Y cuyo cuerpo está lleno de ojeras de innumerables noches sin pegar ojo, pensando en miles de locuras por cometer a consecuencia de la vergüenza que sientes por haberte convertido en quién eres. Es verdad que intentas mantener la base de tu niñez, y que intentas ser alguien educado, que controla la situación, que es responsable. Pero no te engañes a ti mismo. Has repetido dos veces, te has convertido en un bicho raro porque cuando has ido creciendo, has aprendido que tú no debes ser como el resto, que tú debes ser diferente. Que no es mejor lo que sale en la tv, sino lo que a ti te mole hacer.

No quiero estar diciendo que me avergüence de ser diferente. Si no de ciertas cosas que me han acarreado este pasaje por el desierto por el que camino sin una gota de autoestima. Me refiero a por ejemplo, caminar por la calle, ver a una persona con la que en la infancia te hartabas de correr detrás de una pelota de cuero, de reír, de contar historias, y sin embargo, cuando os cruzáis, os tratáis con una indolencia díficil de ignorar. Que se conviertan en unos borrachos, fumetas, drogatas o delincuentes. Que incluso se olviden de ti. Que incluso llegaráis a ser íntimos, a la hora de contar secretos que jurábamos llevar a la tumba, y sin embargo, tratar como un simple conocido.