lunes, 25 de julio de 2016

Globalización

Es la era en la que más herramientas tenemos para crecer en todos los sentidos. Tenemos móviles que usamos para todo menos para llamar, tenemos tablets, tenemos televisiones inteligentes, y por tener tenemos hasta más vidas que un gato gracias al Candy Crush. Debería ser una especie de Edad de Oro para el humano. Y a veces pienso que más que crecer, estamos caminando hacia detrás.

Es la era donde más pluralidad se supone que existe pero nada más lejos de la realidad: en la televisión siempre salen los mismos periodistas que casualmente son los mismos a los que escucharemos un par de horas más tarde en una emisora de radio y justamente las mismas caras que nos encontraremos el día siguiente en cualquier artículo de opinión. Si por lo menos fueran gente serie pues mira… pero hasta que no me demuestren lo contrario, son periodistas que saben mucho de nada. Y mientras tanto, en el paro mucha gente válida que sabe un poco de todo.

Por decirlo de una forma bruta: es la era donde más canales para demostrar nuestro talento tenemos, y en donde menos talento demostramos. Es la era en la que Internet nos sirve para informarnos, para que los jóvenes sepamos de dónde venimos y hacia donde queremos ir, para demostrar de qué pasta estamos hechos. Y sin embargo no lo aprovechamos, y cuando por fin captamos un mínimo de atención, lo rematamos con un: “da igual que no tenga estudios, el año que viene voy a Gran Hermano y ya está”.


Es la era en la que queremos borrar las cosas malas que han ocurrido en el pasado, como si eso fuera a conseguir que alguien no sepa quiénes fueron Franco o Lenin. Y sobre todo, es la era en la que nos hemos convertido en adivinos: ya sacamos defectos a una situación o acontecimiento antes de que ocurra, pedimos la dimisión de una persona que todavía no ha sido nombrada para un trabajo por su forma de pensar o de vestir. Es la era en la que llegamos incluso a matar al que tenemos enfrente por ser X antes que ser Y.

Y como dijo Cicerón, “el pueblo que olvida su historia está obligada a repetirla”.

martes, 19 de julio de 2016

Estar a tu lado es soñar.

Una llamada. Podría ser una llamada más, pero no, no lo es. Es una llamada especial. Han pasado tres años y nunca la has tenido tan cerca como la tienes en ese momento. La tienes tan cerca que cuando no la encuentras con tu vista te empiezas agobiar y por eso la llamas. Andas para arriba y para abajo por mitad de la calle buscándola con tu mirada pero no la encuentras. Te tranquiliza oír su voz, pero al mismo tiempo te agobia. Cuanto más te tranquiliza más deseas escucharla por primera vez en tu oído. Sin móviles, sin ordenadores.

Caminas para arriba y para abajo, perdiendo el norte, sin saber ya hacia qué punto cardinal andas. Te sientes tan perdido y controlado por sus ganas de verla que tu mirada perdida ve a una persona en la larga distancia. ¿Y si fuera ella? Está de espaldas, y parece que está hablando por teléfono. Andas despacio, pero con el corazón a mil por hora. Cuanto más te acercas estás más seguro de que es ella. Cada paso es un segundo menos. Cada paso escuchas una voz que te recuerda más familiar. Sí, es su voz, sí, es ella. Ella no para de dar vueltas sobre sí misma buscándote sobre la multitud. Y mareada de tantas vueltas con el móvil en su oreja, un segundo antes de que tu mano contacte con su piel, vuestras miradas se cruzan, por primera vez. ¿Cuántos días habrán pasado desde que os conocisteis? ¿Y cuántos habrán pasado esperando ese momento?

Antes de que por fin llegue el abrazo más esperado, a ella sólo le preocupa una cosa: colgar la llamada. Y cuando colgáis, no se espera ni un segundo, se tira a tus brazos con todas tus ganas, sin fantasmas y sin miedos. Cuando te abraza de una forma tan efusiva, te da igual todo: las muchas horas de sueño que llevas encima, el calor, la gente, todo. Te agarra con toda sus fuerzas porque necesitaba desahogarse todas esas ganas de abrazarte y que no pudo hacerlo en su momento, todas esas cosas que te quiso decir cara a cara y que no pudo porque nunca habéis podido quedar y tomar algo, ir a dar una vuelta o a perderos por el mundo una noche de verano.

Fue una mañana. Ojalá hubiera sido un día. Ojalá hubiera sido una semana, un mes, un año, o una vida. Fue un rato en el que algunas cosas salían bien y otras no tan bien. Pero daba igual todo lo que saliera mal. Estabais tú y ella. Ya era hora de que por fin pudierais estar tú y ella. Ya era hora de poder disfrutar un rato. De poder cogerla de la mano, de poder atacar su cuello cual tiburón, de poder morder sus labios con todas esas ganas que llevas aguantando todo este tiempo. De tener el privilegio que no tienen los demás de acariciar su pelo, de no tener palabras para poder expresar la paz que sentías dentro de ti en ese momento. Fue una mañana. Y pasó con tal velocidad que ya quieres que llegue la segunda vez. Y que sea mucho más duradera, que sea eterna, que sea igual de maravillosa que la primera. Aunque mientras esté ella, la vida será así aunque os separen siete océanos.