martes, 19 de julio de 2016

Estar a tu lado es soñar.

Una llamada. Podría ser una llamada más, pero no, no lo es. Es una llamada especial. Han pasado tres años y nunca la has tenido tan cerca como la tienes en ese momento. La tienes tan cerca que cuando no la encuentras con tu vista te empiezas agobiar y por eso la llamas. Andas para arriba y para abajo por mitad de la calle buscándola con tu mirada pero no la encuentras. Te tranquiliza oír su voz, pero al mismo tiempo te agobia. Cuanto más te tranquiliza más deseas escucharla por primera vez en tu oído. Sin móviles, sin ordenadores.

Caminas para arriba y para abajo, perdiendo el norte, sin saber ya hacia qué punto cardinal andas. Te sientes tan perdido y controlado por sus ganas de verla que tu mirada perdida ve a una persona en la larga distancia. ¿Y si fuera ella? Está de espaldas, y parece que está hablando por teléfono. Andas despacio, pero con el corazón a mil por hora. Cuanto más te acercas estás más seguro de que es ella. Cada paso es un segundo menos. Cada paso escuchas una voz que te recuerda más familiar. Sí, es su voz, sí, es ella. Ella no para de dar vueltas sobre sí misma buscándote sobre la multitud. Y mareada de tantas vueltas con el móvil en su oreja, un segundo antes de que tu mano contacte con su piel, vuestras miradas se cruzan, por primera vez. ¿Cuántos días habrán pasado desde que os conocisteis? ¿Y cuántos habrán pasado esperando ese momento?

Antes de que por fin llegue el abrazo más esperado, a ella sólo le preocupa una cosa: colgar la llamada. Y cuando colgáis, no se espera ni un segundo, se tira a tus brazos con todas tus ganas, sin fantasmas y sin miedos. Cuando te abraza de una forma tan efusiva, te da igual todo: las muchas horas de sueño que llevas encima, el calor, la gente, todo. Te agarra con toda sus fuerzas porque necesitaba desahogarse todas esas ganas de abrazarte y que no pudo hacerlo en su momento, todas esas cosas que te quiso decir cara a cara y que no pudo porque nunca habéis podido quedar y tomar algo, ir a dar una vuelta o a perderos por el mundo una noche de verano.

Fue una mañana. Ojalá hubiera sido un día. Ojalá hubiera sido una semana, un mes, un año, o una vida. Fue un rato en el que algunas cosas salían bien y otras no tan bien. Pero daba igual todo lo que saliera mal. Estabais tú y ella. Ya era hora de que por fin pudierais estar tú y ella. Ya era hora de poder disfrutar un rato. De poder cogerla de la mano, de poder atacar su cuello cual tiburón, de poder morder sus labios con todas esas ganas que llevas aguantando todo este tiempo. De tener el privilegio que no tienen los demás de acariciar su pelo, de no tener palabras para poder expresar la paz que sentías dentro de ti en ese momento. Fue una mañana. Y pasó con tal velocidad que ya quieres que llegue la segunda vez. Y que sea mucho más duradera, que sea eterna, que sea igual de maravillosa que la primera. Aunque mientras esté ella, la vida será así aunque os separen siete océanos.

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