Cierra los ojos: piensa en un coche de carreras, o en una montaña rusa cuando tu cuerpo está del revés, cuando son tus piernas lo que el cielo siente más cerca y la cabeza al suelo. Piensa en el vértigo que te da, en como sus ritmos cardiacos aumentan como posesos, como prisioneros hambrientos que llevan meses sin comer. Reflexiona sobre los miedos que la gente le coge al propio vértigo, a las alturas, a la velocidad, a la adrenalina. ¡Qué más da que se llame acrofobia, tacofobia o amor? No intentes dibujar un mensaje de S.O.S en el aire porque a pesar de que tus dedos son mágicos los dioses no leen cosas de caracter invisible.
Nota como la muerte está cerca de ti, y si no está cerca tus ganas de que el mundo se acabe serán infinitas. Creerás en mayas, en religiones que desconoces su origen pero como preven un fin del mundo cercano te afilias a ella como si lo hubieras estado toda la vida. Siente como la adrenalina entra en ti como el extásis de la droga, no tarda ni un minuto en que ya estés en alerta máxima. En cambio, tarda horas en irse, el sudor frío de la muerte o el sudor de saltar tanto tras el concierto en tu ciudad de tu grupo favorito. Acercáte, rózala, y siente como ese simple choque de tus manos con el rostro de la otra persona te ha hecho sentirte al máximo, con ganas de que te de un infarto porque sabes que el grado máximo de felicidad instantánea es máximo, y no hay nada que podrá cambiarlo. Recuerda ese gol que metió ese argentino, que comenzó siendo el pelusa, y acabó siendo un drogata delincuente.
Saborea la letra de tu canción preferida lo más que puedas, porque sabes que la música que sonara posteriormente no será tan como tú la deseas. Nunca olvides esa última sonrisa que puede que veas antes de que te atropelle un borracho mientras tú estabas despistada recordando algo que te ocurrió durante un día. Nunca olvides nada malo ni bueno, y siempre recuérdalo todo.
Ahora despierta, ha sido ella, un beso, todas estas palabras.
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