martes, 9 de octubre de 2012

Efecto confeti.


Siempre me ha caído bien el otoño. Es como un tranquilizante que realiza la transición entre el deseado verano, y el gélido invierno. Además en otoño, al menos en Sevilla, apenas llueve en forma de agua, pero en cambio, sí lo hace en forma de hojas arrancadas por el viento de los árboles, que se quedan tristes con sus marchas. Y la sensación de cuando caminas por las largas y anchas calles de la ciudad, cayendo multitud de hojas que vienen por los árboles que hay em ambas direcciones de la calle, es similar a cuando ganamos algo, y en el momento de máximo esplendor, es decir, cuando nos sentimos en la gloria, cae el confeti, cae el papel de regalo, caen los lazos de plástico. En ese momento parece que el mundo gira sobre nosotros, que nosotros somos el origen de todo.

Además, el otoño también es como una estación infantil. Colorida, juvenil. Las tormentas inesperadas que se presentaban en forma de nubes muy grises, recuerdan a como cuando las chicas llegaban al colegio con sus botas de plástico amarillas o azules, o como cuando parábamos nuestras clases por el miedo que teníamos cuando los truenos hacían surgir sus ruidos.

La estación otoñal recuerda a la primavera en lo maravillosa que son las noches. No hay lluvia, no hay calor, ni tampoco frío. Las noches son cortas, pero cada una de ellas vale la pena como si fuera única. Sí, vuelven las clases, el trabajo, y todo, pero hasta el Sol se levanta más tarde por la pereza que le da cuando regresa el otoño. 

El otoño es una simpática manera de pasar del verano con cielos despejados, fines de semana interminables, a los sábados tempranos, y llenos de bancos de nublas en el cielo.

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