sábado, 30 de marzo de 2013

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Para unos, la vida es un periodo rutinario en el que se bebe, se fuma, y se esnifa diversas drogas entre las cuales la más popular es la coca. En el otro extremo, otros piensan que la vida se trata de una serie de experiencias que nos transmitieron nuestros padres, y abuelos, y nosotros, a la misma vez, transmitiremos a nuestros hijos, y estos a su vez a sus hijos, nietos... Y luego, para mí, la vida es un rebujo de complementos circunstanciales. 

Pero aunque todos compartamos diferencias para hacer una definición de la vida, todos le tenemos miedo al peor arma de destrucción masiva que tiene, y este se llama "amor". Y es que, ¿por qué negarlo?, todos tenemos una pequeña envidia al oír en nuestro ente cercano, las risas de las parejas o el dulce sonido que se siente tras el contacto eléctrico que hacen saltar las chispas de dos labios. Esa sensación increíble e inolvidable de levantar y acostarte con ella. Ser como Adán y Eva, para disfrutar del paraíso. Conseguir hacerla picar para luego jugar con su boca. Robarle un beso, una sonrisa, y una de las pulseras multicolores de su mano.

Caminar por el campo, y recoger amapolas. Envolver con rosas su vestido blanco de palabra de honor. Tumbarla en el césped, y bajar con la mano derecha la cremallera del vestido, mientras muerdo su cuello. Acampar y dormir al aire libre, observando la primera luna llena de la primavera. Sentir el azahar de las plantas, el silencio rural, que no tiene ni punto de comparación con todo aquel mundo social rocambolesco que supone vivir en la zona céntrica de una ciudad. Sentir su risa un millón de veces, colocar el dedo indice en sus labios para pedir que no hable, que solamente cierre los ojos, se despreocupe de todo, de los problemas, de la vida rutinaria, y que se dedique a pedir un deseo, que esa noche me convertiré en alguien mágico por concedérselo.

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