miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Suspira conmigo."

Mientras escribía tumbado en el sofá, me quedé dormido con el ordenador acomodado entre mis muslos, y recordé aquella tarde con ella: esa tarde de agosto con un aire frío típico de octubre, rodeado todo por un cielo encapotado.

Ella sabe que a mí no me gusta el contacto físico, que no soporto darle dos besos a alguien porque siempre lo hago mal, que cuando le doy la mano a alguien lo hago de forma endeble. Pero con ella apenas me temblablan las manos, era la primera persona que me hacía sentirme tan seguro de mí, de lo que hacía. Era la primera persona con la que fui capaz de ser un libro abierto. Recuerdo que estábamos viendo una película con las persianas bajadas y combatiendo el frío con dos mantas. En un momento determinado ella giró su cuello apoyado en mi clavícula para comenzar a regalarme besos cortos, con un mensaje corto y claro susurrado en mis dañados oídos: "quiero hacerlo." Recuerdo que tras ello nos reímos, como si no hubiera ocurrido ningún sonido, pero recuerdo que ella comenzó otra vez a besarme de manera corta y concisa, mordiéndome suavemente los labios, sabiendo que quería más. Me hizo levantarme del sillón y ahí comenzaron a mezclarse besos cortos y traviesos con largos y apasionados, empezando a desabrocharme la camisa entre medias. Tras ello, comenzaba a acariciarle el cuello con mis labios, creándole como consecuencia un cosquilleo liso. Tras ello le quité su jersey de cuello alto, quedándonos ambos en ropa interior. Estaba nervioso, jamás había estado en esa tesitura con nadie. Ella me dijo que estuviera tranquilo, que no temblara, que iba a salir todo bien. Me llevó mis manos a su espalda, para sentir la sensación de desabrochar su sujetador. Sus pechos eran grandes, y sus senos al sentir mis manos se enrojecían. 
Comenzaba a respirar más fuerte, y mis revoluciones por minuto comenzaban a acelerar. Se los besé y sentí la sensación de que quería hacerla mía. Esa tarde y siempre. me tumbó de nuevo en el sofá y metió su mano diestra en mis boxers. Su mano lo buscaba, juguetona, lo agarró. Comenzó a agitarlo de arriba a abajo, y yo le dije que no tan fuerte, que un poco más flojo. Ella recordó mis problemas a la hora de sentir contacto físico, y comprendió que quizás era algo más distinto que con el resto. Quería sentirla también con su vista, y me desnudó de forma total, hasta empujarme hacia atrás, apoyando mi espalda en los cojines del sofá. Se la metió en la boca, y comenzó a mamarla de forma dulce, placentera, morbosa. Cada vez me daba más morbo hasta que le dije que parase, que ahora era yo el que quería comérselo.  Antes de hacerlo, recuerdo que me colocó el preservativo porque me veía inseguro, repleto de miedo por hacerlo mal. Pero con otro beso me quitó las dudas. 

La tumbé en el sofá y le bajé las bragas sin pedir permiso. Al rozar la mano por ahí abajo, comencé a sentirla mojada, empapada. Metí un par de dedos y lo intentaba acariciar de una manera sensible. Estuvimos así como cinco minutos, y me pidió que lo hiciera pero con la lengua. Al hacerlo sentía como cada vez estaba más cachonda, gimiendo cada vez más fuerte. Creo que era la primera vez que hice sentirle a una mujer un orgasmo. Tras ello, nuestros cuerpos simplemente se hicieron sumisos del otro. No paramos de sudar, gemir y revolcarnos por aquel sofá verde. El frío pronto se hizo calor en nuestros cuerpos, mientras la película ya tenía poco que entretener. Arriba, o abajo, el placer que sentíamos era tremendo, un placer que nunca sentí en mis carnes.

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