jueves, 5 de diciembre de 2013

Sentí.

Su cuerpo es como una casa:

Su pelo rubio e irradiante lo comparo con el impresionante atardecer de una tarda cualquiera de verano. Cuando lo lleva liso ronda la dulzura perfecta, y cuando lo lleva un poco más encrispado y alocado, es brutalmente bonito, pareciéndose mucho a una cortina, la cortina que da paso a su cara, a sus mejillas y sus ojos, a sus grandes pestañas y pequeños labios.

Cuando apartas su pelo tranquilo con tus nerviosas manos, te encuentras allí con sus mejillas rojizas y coloradas, acompañando a sus pintadas y enormes pestañas azules, que viven rodeando sus ojos, que reflejan al igual que hacen las ventanas, el estado de ánimo que nos rodea a las personas. Pero lo más importante de su rostro vive debajo de todo ello, en ese lugar donde se encuentra el timbre y el despertar de su voz y su sonrisa, respectivamente.

Es relativamente normal que cuando llegues a su rostro, a sus labios, te sientas infinitamente inferior a ella, y no la beses por miedo a que te rechace. Pero en la intimidad, pienso que daría lo que fuere por ser el primer sello de su nuevo pintalabios. Tras descender un poco más por su cuerpo y colocarme detrás suya, acaricié con el dedo índice desde su primera vértebra hasta su zona lumbar, parándome y besando con todo el cariño del mundo aquellos lunares que habitan en su cuerpo.

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