Su pelo rubio e irradiante lo comparo con el impresionante atardecer de una tarda cualquiera de verano. Cuando lo lleva liso ronda la dulzura perfecta, y cuando lo lleva un poco más encrispado y alocado, es brutalmente bonito, pareciéndose mucho a una cortina, la cortina que da paso a su cara, a sus mejillas y sus ojos, a sus grandes pestañas y pequeños labios.
Es relativamente normal que cuando llegues a su rostro, a sus labios, te sientas infinitamente inferior a ella, y no la beses por miedo a que te rechace. Pero en la intimidad, pienso que daría lo que fuere por ser el primer sello de su nuevo pintalabios. Tras descender un poco más por su cuerpo y colocarme detrás suya, acaricié con el dedo índice desde su primera vértebra hasta su zona lumbar, parándome y besando con todo el cariño del mundo aquellos lunares que habitan en su cuerpo.
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