lunes, 17 de febrero de 2014

El último regalo de San Valentín.

El escritor en la oscuridad buscaba el encuentro con la mirada de su misa, a la cual imaginaba totalmente desnuda en una madrugada cuya única luz fue la de una pequeña vela encendida de repente, encendida con toda su ternura. Ambos, completamente vacíos de vestimenta, se rodeaban al rededor de ella. Él cerraba los ojos, sintiendo el dulce contacto entre ambas pieles.

La imaginaba escribiendo poemas sobre su espalda, y finalizando en sus costillas para crearle un cosquilleo. Aquella especie de Campanilla, se convirtió en la balanza que equilibraba todo: lo que separa el cielo del infierno, o el éxito del fracaso. Buscaba una y otra vez sus labios, jugando a decirle palabras con su boca. Mordía tanto su cuello como su labio inferior con mucha intensidad, pero al mismo tiempo con el temor a dañarla. Ella callaba y aceptaba la sumisión por miedo al cabreo del poeta.

Aquella imagen no se caracterizaría por su amor, pero por el contrario sí lo haría por la pasión que desprendían. Es como si cada vez que se quedaran sin respiración escribiera un nuevo verso, teniendo como puntos a sus lunares. Él empezó a gemir intensamente cuando cerraba de nuevo sus ojos y ella de manera tímida acariciaba su cuello, intentando imitar sus mordiscos. Él se notaba muy excitado, y, sus manos, repletas de placer, querían juguetear con su sujetador azul, tocar sus pequeños pechos.

También la musa obedeció sus órdenes, dichas con el silencio que los gestos cariñosos comenzaban a crear. El sol empezaba a asomarse por el este, y la musa, coqueta, de la misma manera que llegó en la plenitud de la inspiración del poeta, se marchó de su mente. Se fue con su poema, escrito en sus espaldas, con su sinceridad, con su pasión, llevándose además el arte que crea al escritor con sus poemas dorados.

La única huella que dejó fue la marca de su pintalabios en su mejilla. Con la triste y cruel realidad de que besaba al aire, al aire de la fantasía. Porque ya no respiró más. Ya no respiró más tras escribir todos esos poemas con aquella pintura roja. Con aquellla pintura roja abundante que salía tras abrir sus venas con una navaja, la misma navaja que recreó su último y más fantástico orgasmo.

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