sábado, 15 de febrero de 2014

Siete semanas con el mismo argumento.

Hay personas que destacan por diferentes razones. Einstein era el mejor científico que nadie jamás ha conocido. Leo Messi es pura magia cada vez que una pelota de cuero llega a sus pies. Y Shakespeare uno de los mejores escritores de todos los tiempos, por no insinuar el mejor.

Poetas, escritores, filósofos, matemáticos... Todos, o casi todos destacamos en algo, y ahí están los datos para demostrarlo. Pero, ¿y yo? Aunque muchos piensen lo contrario e jmaginen fantasmas míos decorados llenos de accesorios llamados virtudes, no soy más que una total mediocridad.
Simple, vacío de ilusión, indolente ante los insultos, y nervioso como el que más en este planeta. Sólo permanecen en la memoria aquellos que con sus aptitudes enamoraren al mundo encandilando su espíritu, levantándoles de los asientos tras dejarles boquiabiertos. Aquellos que gracias a la confianza en sí mismos, no tenían miedo al fracaso.

Personas de cualquier edad que en su mirada derrochaban un gigante entusiasmo, una indudable ilusión por dejado clavado sin espinas su nombre en el recuerdo de muchos. A mí siempre me ha gustado intentar transmitir transparencia a los que se acercan a mí, aunque para ello haya que abrir millón y medio de corazas. Todos intentan soportarme con mucha paciencia y la paciencia acaba muriéndose fugazmente, al igual que ocurre con el azúcar en un yogur. 

Escribo esto porque no me gusta estar sólo, pero es el mínimo castigo que creo merecerme. El primero de muchos, el primero de un largo listado para alguien que se ve como un asesino, un delincuente y un monstruo. Muchas voces interiores y exteriores con alma de ángel de ojos claros tratan de frenarlo, pero la voz más importante de corazón para dentro y la menos necesaria de corazón para el exterior continúa, satisfaciendo toda esa necesidad, de la misma manera que durante el holocausto los alemanes humillaban a los judíos por el mero hecho de ser más poderosos económicamente.

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