miércoles, 2 de julio de 2014

Homofilia.

Es esperpéntico ver la forma en la que el ser humano día a día se supera haciendo el ridículo y sin ser capaz de tocar fondo alguno. Es esperpéntico porque en vez de corregir defectos, nos dedicamos a cultivarlos, a cultivarlos no solo como presente, sino también de cara al futuro, de cara a la enseñanza de nuestras generaciones próximas. Además lo hacemos con una arrogancia y una prepotencia total, máxima, inaúdita para mí. Es esperpéntico porque ni siquiera reflexionamos sobre si de verdad es malo aquello que vemos. Nos dedicamos continuamente a criticar todo lo que vemos, ya sea por envidia o porque es diferente y distinto a lo que estamos acostumbrados de ver.

Ahora me centraré en lo que a mí me resulta todavía peor: la homofobia. Ya saben, aquellas personas que se sienten homosexuales, bisexuales, o transexuales, y que por ello mantienen relaciones con personas de su mismo sexo. La vida me ha hecho tener que compartir multitud de momentos con este tipo de personas. Con algunas he tenido más trato, con otra menos, igual que siento más simpatía con algunas que con otras. Estas personas se sienten homosexuales o bisexuales, y aunque siempre me he sentido heterosexual, por mi cabeza siempre ha recorrido la idea de: "Qué cojones/ovarios hay que tener para ser tan valiente". Porque sí, hay que ser muy valiente para sentirte orgulloso/orgullosa de ti cuando estás en el ojo del huracán de todos. Qué cojones hay que tener para hacer oídos sordos a toda esa gente que califica las relaciones del mismo sexo como una enfermedad. Si la humanidad fuera humana, y capaz de hacer uso de ese pequeño tesoro llamado cerebro, seríamos capaces de reconocer que la enfermedad lo tienen los que critican esas relaciones, llamada homofobia, por cierto.

Pondré un ejemplo que me contaron: en un recreo de mi instituto habían dos parejas besándose: una de ellas eran dos chicas lesbianas, mientras la otra era heterosexual. Una de las conserjes de mi instituto se acercó a la primera para decirles que parasen de dedicarse caricias. Ellas, viendo a la otra, le contestaron que a la otra pareja se les dijera el mismo mensaje, a lo que la conserje contestó con una frase que se me quedó clavada: "pero es que ellos son normales, y vosotras no." Por favor, ¿qué no son normales? Yo las sigo viendo como personas, con la única diferencia de que no sienten atracción alguna por las personas del sexo opuesto. Pero no por ello dejan de ser seres humanos.

Es más, hace poco estaba rodeado de un par de buenos amigos y comentaban que "si la homosexualidad es una enfermedad pues que les den una paga a todas las mariconas, y que el resto de las personas nos dediquemos a trabajar". Reflexionando sobre esto,  pensé que no se puede tener más sentido del humor, y poder reaccionar de mejor manera ante la estupidez que abunda sobre esta sociedad tan impropia de un siglo como el XXI.

Dicho esto: Declaro el estado de HOMOFILIA en el planeta Tierra.

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