sábado, 7 de febrero de 2015

Cosas, cosillas y cositillas.

Con cinco años todos alguna vez hemos soñado con ser los capitanes de un barco pirata que combatía en busca de la libertad totalmente perdidos en agua del océano índico.
Se podría decir que este sueño suele ser venido a menos según vamos creciendo. Todos, salvo aquel niño vestido siempre de verde, y que se caracterizaba por no querer crecer, seguimos soñando con ser protagonistas de la vida pirata.

Es gracioso porque nos hemos olvidado de que los piratas, como los fantasmas o los monstruos, nadie sabe si es verdad o no de su existencia, pero aún es peor el haber olvidado que en gran parte de la historia de la humanidad han existido.

A esto se le añade que de pequeños nacimos con un gran carisma tendente a pensar que vivimos en un mundo de aventuras en el que cada día se convertía en una aventura que también tenía una pincelada exótica, tal como el cine y la literatura se ha encargado de enseñarnos. Ese carácter infantil lo hemos sustituido por otro mucho más monótono, aburrido y arbitrario controlado por los exámenes, los horarios y el ritmo paulatino que marca la vida.

Es realmente curioso porque mientras nosotros vivimos apegados a una serie de reglas, los piratas, tan malconsiderados por los medios y la historia, reivindican una anarquía en todos los aspectos de la vida. La única ley que se marcan, es la de navegar entre puerto  y puerto bajo la idea de recoger beneficios.
Aunque a mí particularmente la arbitrariedad de la vida me ha convertido en una persona esclava a ella, mi yo de cuando tenía cinco años sigue en pie, reclamando esa pequeña anarquía que todos necesitamos de alguna manera, pues nunca se deja de luchar.

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No habría que ser muy superdotado para darse cuenta de que el ser humano es de por sí un ser muy paciente que vive en un mundo donde tan grande es como tantos imbéciles caben en él. Aún así, 2015 años después del nacimiento de un tal Jesús, hay gente que aún no se ha enterado de que todos los días no podemos ser igual de amables de cara al personal, incapaz de entender que cuando se tiene un mal día sin que sea martes 13, ni que te aparezca un gato negro abriendo un paraguas un día de agosto para enterarse de que estos días lo único que desea esa persona es meterse en la cama y taparse hasta la cabeza.
Encima, y para más inri, si soltamos dos malas palabras sin querer durante este tipo de días, hay gente que se enoja de tal forma hasta incluso tener ganas de pelear. Esto me hace darme cuenta de que los humanos somos tremendamente majos de cara al exterior, pero interiormente los humanos somos seres con muchísimas ganas de odiar que nadie sabe de dónde viene su origen, pero puede ser que procedan de las flores del mal que cada uno cultivamos en nuestro jardín. Y es una verdadera lástima porque yo siempre me he identificado con la idea de los ilustrados de que el ser humano es bueno por naturaleza, y que es la sociedad quien lo corrompe.

Además, esta ansía por odiar, ser más falso y corrupto, cada día va a más, como nos enseñan estos políticos cada vez más llenos de euros y con menos disimulación, o todos esos aristócratas que aparecen en la televisión haciendo el payaso como si de un circo romano se tratase. Yo soy el primero que digo que este país le urge una revolución, pero miedo me da quien vaya a encabezarla, ya que no hay ninguna revolución que no haya tenido un carácter violento y que no haya sido capaz de erradicar su radicalidad una vez logrado su objetivo.
Cuesta mucho llegar a entender al ser humano y sus reacciones. No es que crea que las personas son gente con tendencia a crear polémica, simplemente creo que con estos detalles se demuestra que hasta las grandes personas sin imperfectas, pero jamás por una o dos palabras hay que cabrearse de por vida con alguien.

Por eso no hay que dejarse llevar por los estereotipos, por un mundo de etiquetas. Hay que ser capaz de entender que todos en nuestros porcentajes tenemos un cupo para la duda y para que alguna vez sepamos aspirar muy fuerte antes de responder con un lenguaje vulgar en vez de poner su sonrisa falsa y estratégica.

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