Con cinco años todos alguna vez hemos soñado con ser los
capitanes de un barco pirata que combatía en busca de la libertad totalmente
perdidos en agua del océano índico.
Se podría decir que este sueño suele ser venido a menos
según vamos creciendo. Todos, salvo aquel niño vestido siempre de verde, y que
se caracterizaba por no querer crecer, seguimos soñando con ser protagonistas
de la vida pirata.
Es gracioso porque nos hemos olvidado de que los piratas,
como los fantasmas o los monstruos, nadie sabe si es verdad o no de su
existencia, pero aún es peor el haber olvidado que en gran parte de la historia
de la humanidad han existido.
A esto se le añade que de pequeños nacimos con un gran
carisma tendente a pensar que vivimos en un mundo de aventuras en el que cada
día se convertía en una aventura que también tenía una pincelada exótica, tal
como el cine y la literatura se ha encargado de enseñarnos. Ese carácter
infantil lo hemos sustituido por otro mucho más monótono, aburrido y arbitrario
controlado por los exámenes, los horarios y el ritmo paulatino que marca la
vida.
Es realmente curioso porque mientras nosotros vivimos
apegados a una serie de reglas, los piratas, tan malconsiderados por los medios
y la historia, reivindican una anarquía en todos los aspectos de la vida. La
única ley que se marcan, es la de navegar entre puerto y puerto bajo la idea de recoger beneficios.
Aunque a mí particularmente la
arbitrariedad de la vida me ha convertido en una persona esclava a ella, mi yo
de cuando tenía cinco años sigue en pie, reclamando esa pequeña anarquía que
todos necesitamos de alguna manera, pues nunca se deja de luchar.
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No habría que ser muy superdotado para darse cuenta de que
el ser humano es de por sí un ser muy paciente que vive en un mundo donde tan
grande es como tantos imbéciles caben en él. Aún así, 2015 años después del
nacimiento de un tal Jesús, hay gente que aún no se ha enterado de que todos
los días no podemos ser igual de amables de cara al personal, incapaz de
entender que cuando se tiene un mal día sin que sea martes 13, ni que te
aparezca un gato negro abriendo un paraguas un día de agosto para enterarse de
que estos días lo único que desea esa persona es meterse en la cama y taparse
hasta la cabeza.
Encima, y para más inri, si soltamos dos malas palabras sin
querer durante este tipo de días, hay gente que se enoja de tal forma hasta
incluso tener ganas de pelear. Esto me hace darme cuenta de que los humanos
somos tremendamente majos de cara al exterior, pero interiormente los humanos
somos seres con muchísimas ganas de odiar que nadie sabe de dónde viene su
origen, pero puede ser que procedan de las flores del mal que cada uno
cultivamos en nuestro jardín. Y es una verdadera lástima porque yo siempre me
he identificado con la idea de los ilustrados de que el ser humano es bueno por
naturaleza, y que es la sociedad quien lo corrompe.
Además, esta ansía por odiar, ser más falso y corrupto, cada
día va a más, como nos enseñan estos políticos cada vez más llenos de euros y
con menos disimulación, o todos esos aristócratas que aparecen en la televisión
haciendo el payaso como si de un circo romano se tratase. Yo soy el primero que
digo que este país le urge una revolución, pero miedo me da quien vaya a
encabezarla, ya que no hay ninguna revolución que no haya tenido un carácter
violento y que no haya sido capaz de erradicar su radicalidad una vez logrado
su objetivo.
Cuesta mucho llegar a entender al ser humano y sus
reacciones. No es que crea que las personas son gente con tendencia a crear
polémica, simplemente creo que con estos detalles se demuestra que hasta las
grandes personas sin imperfectas, pero jamás por una o dos palabras hay que
cabrearse de por vida con alguien.
Por eso no hay que dejarse
llevar por los estereotipos, por un mundo de etiquetas. Hay que ser capaz de
entender que todos en nuestros porcentajes tenemos un cupo para la duda y para
que alguna vez sepamos aspirar muy fuerte antes de responder con un lenguaje
vulgar en vez de poner su sonrisa falsa y estratégica.
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