No me equivoco si digo que fui la persona más feliz del
mundo cuando el pasado siete de febrero
Dani Rovira se alzó el premio como mejor actor revelación. Y es que de
esta manera se demostró que 2014 ha sido el año del cómico malagueño, al cual
no conozco (ojalá), pero que desprende mucha humildad y simpatía por cada
entrevista o por cada medio por el que pasa. Además el cómico ha conseguido
algo casi imposible: caerle bien a una mayoría casi absoluta de la sociedad, en
este mundo de críticas deleznables a través de las redes sociales.
Igual que muchas veces justificamos el gastar parte de
nuestro tiempo en la magia de Messi, los saltos de Jordan, o los maravillosos
directos de Queen, Rovira es la justificación perfecta para una entrada para ir al cine, o pasar un rato
delante de la televisión viendo uno de sus monólogos.
El triunfo del actor malagueño para mí supone una vez más el
éxito partiendo desde la naturalidad: de alguien que aunque ya haya visto
modificada su vida para siempre sigue siendo ese chaval de ciudad natal, que
cada vez que tiene oportunidad se escapa para ver a sus amigos, tomarse una
cerveza y recordar cosas de su niñez. Sigue siendo una persona humilde, que por
mucho que su nombre aparezca en los medios de comunicación lo único que le
importa es seguir haciendo reír a la gente que se ve todos los días jodida por
los problemas de esta maldita crisis.
Pero también, me alegré
enormemente por su familia; cuando les enfocó la cámara, celebraron el premio
armando todo el alboroto del mundo, sin temor a romper el protocolo, y a
saltarse las reglas de tanta formalidad. Yo a eso me gusta llamarle EUFORIA, o
la alegría más sincera del mundo. No solamente saltaron, se abrazaron, y
cerraron los puños. También lloraron como magdalenas por felicidad, porque
saben que tienen un hijo que es pa’ comérselo.
Unas horas antes de que el malagueño recibiera el galardón,
Cristiano Ronaldo remató la teoría de que no ha empezado bien el año: lo ha
dejado con Irina, aunque algunas malas lenguas hablan de que ella se ha ido a ‘romper
tarimas’ con The Rock, profesional de la lucha libre. Posteriormente, en
Córdoba fue expulsado por canalla y agresor, demostrando que tiene más
arrogancia que piel cuando se fue del césped limpiándose el escudo. Y en el
Manzanares, su equipo fue brutalmente humillado por el Atlético de Madrid, pero
como era su cumpleaños (¡30 años ya, cómo pasa el tiempo!), pues no le dolió
tanto la derrota pues se fue de fiesta con el ‘Rompe tarimas’ Kevin Roldán (¿Alguna canción
famosa de él? ¿Ninguna? Ya somos muchos).
Es indudable que el luso tiene un físico portentoso, pero sí
es más que discutible su “excelente técnica”, sus desapariciones en los
partidos importantes y todas esas absurdas campañas que pretenden compararle
con Leo Messi. Entre uno y otro hay tanta diferencia como entre Cocacola y
Pepsi. Messi es alguien que ha trabajado y luchado contra todos los
contratiempos que ha tenido para llegar a ser quien es. El luso simplemente se
ha metido en el gimnasio.
De hecho, el luso tiene muy mala suerte en ese sentido. Si
el argentino no existiera, el luso sería el absoluto dictador del fútbol
moderno, pero sin embargo se encontró con una pulga con forma de bestia.
Está muy bien que Cristiano se vaya de fiesta, pero con esa
idea, ha perdido todo el respeto a los colores que viste, una entidad ya
centenaria y que ha dejado huella en la historia. Por muchos millones que gane
él, debe entender que por encima suya incluso está el Real Madrid, y que entre
todo el dineral que gana, una de las condiciones está el aguantar que lo
provoquen, que le peguen una o dos pataditas, y dejar de hacer el tonto con la
celebración esa del grito, que como ya hemos visto al final acaba volviéndose en
contra para él.
No me gusta reírme de las desgracias ajenas, pero el
portugués desprende tanta arrogancia, que me alegro en cierta medida de que el
karma le haya dado una cura de humildad, que parece que no ha sabido
aprovechar.
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