sábado, 18 de abril de 2015

El hambre y las ganas de comer.

Generalmente, al lector de una novela o al espectador de una obra de teatro el personaje que le parece más interesante coincide con el personaje más complejo. Teniendo en cuenta que la vida en sí es un relato, una otra de teatro, todos somos lectores de otras vidas y protagonistas de la nuestra. Y como buenos lectores, nos intrigamos, buscamos el porqué a las actitudes y hasta nos enamoramos de ese personaje, que no por qué ser el personaje con más peso ni un personaje de los típicos romanos, o sea, héroes perfectos o relatos míticos sobre personajes egipcios, romanos y griegos.
Los lectores rechazamos dedicar nuestra máxima admiración a esos personajes cuya felicidad es absoluta y viven sin ningún tipo de contratiempo. El lector quiere llorar con la princesa azul, reír con el actor que interpreta el papel de alguien que sufre mucho y gana poco injustamente, protestar cuando lee que en una ciudad imaginaria donde todos proclaman una democracia propia de la Antigua Grecia se impone todo menos la libertad, donde los gobernadores con sus títeres imponen democracias de mentira.
El lector busca realidad, por ese motivo se enamora de la bestia que no es bella, de la chica tímida cuyos pensamientos podemos descubrir gracias a la narración omnisciente. Gracias a ello conocemos sus ideas y sus pecados, cómo ha llegado a ser lo que es. Quien lee quiere sentirse en el lugar de los hechos, vivir en primera persona la historia, estar ahí y poder tener el privilegio de poder cambiar un final triste por otro feliz.
El papel mojado es algo realmente excitante y relajante pero no hay mayor placer que encerrarte en una habitación y leer cuando llueve, sin mirar el reloj, sin ruido, dejar que el tiempo vuele libremente por el aire. El lector lee porque sabe que la vida también se lee, porque si lee que Ella en sus ojos mezcla los colores verde y azul, cierra los ojos e inmediatamente observa a la perfección esos ojos.
La vida no es solamente Nietzsche, Franco o el Estado Islámico y eso es algo que el lector sabe. La vida también es Shakespeare, Cernuda y Dostoievski. Lee porque el escritor por naturaleza es tímido y le gusta evadirse, instalarse en un mundo interior y personal al que solo entra él y su musa del deseo.
El niño que lee quiere ser ese Romeo que se encuentre con Julieta en el balcón, quiere ser ese Machado que le recite su saeta al Cristo de los Gitanos. El lector lee, y cuando lee, escribe, y cuando escribe sabe que todos leerán, que todos escribirán. El que lee sabe que leyendo se alimenta a los sueños, y mientras los sueños sigan latiendo, el ser humano quiere ser lector, y quiere ser escritor, quiere viajar por todos los rincones del mundo, crecer día a día.
¿De verdad vale la pena recortar en Cultura, de verdad vale la pena recortar en sueños, señor Wert?

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