
El loco no se derritió al principio. Se limitó a llorar, a sentir como una simple flauta desde la distancia podía acariciar su piel hasta ponerle la piel de gallina. ¿Enloqueció el loco por la flauta? No. Enloqueció por quién la tocaba. El ex-cuerdo que antes no era loco no sentía ninguna reacción por nada, sentía indiferencia, apatía por todo. Solamente reaccionó con ella, sentada en un banco del parque tocando con su templanza y delicadeza.
Si cosas como la religión o la política sirven para crear diferencias entre los seres humanos, tanto ella como su música deben servir para unirnos. Y eso es lo que le ocurrió al loco, que se sintió demasiado unido a ella. Con ella dejó de tenerle miedo a todo. El único miedo que volvió a tener era el miedo a decepcionarla.
El tiempo pasó y ella se cansó de él aunque no se distanciaron. Aunque ella ni lo mirara de reojo, el loco ya se sentía afortunado de poder respirar junto a ella, quien con su música había conseguido derribar la barrera del sonido con forma de coraza de hielo construida sobre su eje.
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