sábado, 5 de diciembre de 2015

Magia en la onda.

Dieciocho de abril de 2007. Minuto veintiocho y tres segundos de la primera parte, ida de semifinales de la Copa del Rey. El Barcelona va ganando al Getafe en casa 1-0 con gol de Xavi. Messi agarra la pelota en su propio campo, apareciendo Nacho para quitarle la pelota al momento. Se libra de este primer zaguero con un caño, pero inmediatamente se le aparece Paredes, que se ve regateado con un toque para salir por su izquierda. Messi arranca endiablado camino a la portería rival. Nacho va con él todo el rato tratando de pararle mediante una falta, pero no es capaz de cumplir su cometido, y aparece junto a Nacho los dos centrales, Alexis y Belenguer. Este triángulo improvisado se ve roto con mucha facilidad con dos toques fríos pero elegantes del extremo argentino y entra en el área donde se encuentra con el portero, a quien también gambetea con el último quiebro antes de casi sin ángulo, mandar el cuero a la red con su pierna mala. El Camp Nou se echa las manos a la cabeza con lo que acaba de ver y saca el pañuelo blanco pidiendo puerta grande para La Pulga Atómica. Su entrenador esboza una sonrisa pícara y sus compañeros corren detrás del joven para felicitarle con un cariño más grande del habitual.

Esta historia nace de ese dieciocho de abril por la mañana. Sergio tiene cita con el doctor. Sufre desde hace varios días un escozor molesto en sus ojos que le impide estar concentrado en las clases de la facultad. Aún así el confía en que es una tontería, algo que se puede tratar con unas pastillas o con unas gotas para los ojos. Por esta excusa Sergio tiene que salir más temprano de lo habitual de la facultad de arquitectura. Tiene que coger un par de autobuses que lo lleven desde la universidad de Deusto hasta Kursaal, donde está la consulta del doctor Urtasun. El primer autobús no va demasiado lleno. Es un autobús con un ambiente muy alegre gracias a los niños que han salido con su guardería para dar un paseo por el centro de San Sebastián y apreciar ese paisaje tan verde que caracteriza a esta tierra. Al llegar a la parada del Paseo de Anoeta el ambiente de los niños se ve silenciado al ver que entra un hombre con olor a tabaco y alcohol en el autobús que no se puede sostener por sí solo y se apoya sobre la barra de acero que hay al lado de ambos laterales del vehículo. Antes de apoyarse sobre ella deja las dos bolsas que llevaba en su mano izquierda sobre un taburete que hay encima de varios asientos. De una de las bolsas cae hacia el suelo una importante cantidad de vodka que salpica a varios de los pasajeros, los cuales abandonan esta zona en busca de un asiento más seguro. El vagabundo aguanta un par de paradas antes de salir del autobús, y es entonces cuando se restablece el clima de paz y tranquilidad. Trece minutos después de montarse en el autobús Sergio sale predispuesto a coger el otro coche. Cuando sale se topa con un ataque repentino del sol, y se pone sus gafas para protegerse de él, aunque también le crea efectos negativos por ese dolor en su vista. El otro autobús está ahí esperando. Es su primera parada, y suele ir siempre mucho más repleto. Es aquel que transcurre hasta el final de la Bahía de la Concha. Este autobús siempre suele estar habituado por el acento extranjero de los turistas ingleses, franceses y alemanes. Sergio abandona este autobús diez minutos aproximadamente. Cuando llega al Kursaal atraviesa el mercado de la ciudad donostiarra y se mete por sus calles céntricas buscando un bar donde poder tomar algo rápido. Encuentra un local donde hay un cartel que le llama la atención: “Sé tú mismo, los demás puestos están ocupados. Luchar, reír y vivir, esa es la clave”.

Hola buenos días, a ver si me puedes dar cuando puedas una CocaCola y un pintxo de patatas ali-oli—saluda el estudiante.

—No tenemos CocaCola, pero te puedes tomar una Pepsi. —responde la joven camarera, quien empieza a mostrar el sudor por su frente tras tanto ajetreo y signos de cansancio. —

Sergio acepta la respuesta y le da las gracias por la sugerencia, aunque para sí mismo detesta esa frase tan repetida ya de “no hay CocaCola, pero hay Pepsi”. Cuando se marcha la muchacha mira al reloj. Ya son las 14:25, cuando la cita es dentro de veinte minutos. El joven hace tiempo mientras le traen su pedido mirando apuntes en su tablet y observando planos de algunos edificios que han estudiado en clase. El último autor al que están estudiando es a Calatrava. Su profesor admira del arquitecto que es un ejemplo de lo que está ocurriendo en España, donde es criticado por su excesiva modernidad, pero a la par es un autor que ha trabajado en varios lugares del mundo con gran renombre como Nueva York o Porto. De fondo el estudiante escucha con un volumen no demasiado alto una radio musical, donde suena Gloria Gaynor con su eterno I will survive y las carcajadas procedentes desde la cocina, donde esperan a que el local se llene para centrarse en las demandas de los clientes. Sergio ojea la tablet durante un par de minutos hasta que es interrumpido por la camarera que trae el pintxo y la bebida además de la factura. Se bebe la bebida de un tirón. Está seco, y cuando se la acaba suelta una interjección de alivio. Prueba las patatas. Están muy duras y amargas, pero el ali-oli alivia el sabor gracias a su dulzura y gracias a su pícaro picor. En menos de cinco minutos el futuro arquitecto se ha zampado aquello, y con un gesto levantando la mano busca la atención de la sirviente. La encuentra. Pregunta cuánto le debe y la respuesta en esta ocasión es más escueta que la inicial: “son 3’80 euros”. Sergio busca en su cartera de piel y no tiene suelto. Cierra la cremallera de esta parte y busca en la billetera. Solo tiene un billete de cinco. Se lo entrega y con una afable sonrisa pide que se quede con el cambio.

Cuando Sergio sale de la cafetería, se encuentra con la sorpresa de que en un abrir y cerrar de ojos ha comenzado a llover en Donosti. “Guipúzcoa es así” piensa para sí mismo. No tiene paraguas, y sale a la carrera, Cuanto más corre, más aprieta la lluvia. Busca un lugar cubierto donde poder estar hasta que pase el chaparrón. Piensa en el mercado, y hace el amago de acercarse, hasta que se siente frenado por las agujas del reloj. “El mercado a esta hora ya habrá cerrado”, vuelve a pensar, esta vez en voz alta. Se acuerda de un centro comercial que hay justo enfrente de él. Sale corriendo al trote, la lluvia ha escampado, pero esprinta por si vuelve a aumentar la intensidad de las precipitaciones. Entra en el centro comercial. Es un lugar muy austero, con pocas tiendas, las cuales la mayoría están cerradas. Sergio gira toda la planta para coger las escaleras mecánicas y subir a la planta de arriba. Se encuentra con más de lo mismo, salvo la excepción de una cafetería. La cafetería parece la oveja negra del centro comercial. Es un lugar más alegre, que presume de más alegría en sus luces, e incluso tiene una terraza que por las noches se convierte en una discoteca. Cuando Sergio se plantea volver a la primera planta y emprende nuevamente el camino hacia las escaleras un grito desde lejos le frena.
— ¡Sergio!

— ¡Qué sorpresa, Doctor Urtasun! ¿Cómo le va? ¿Qué hace usted por aquí? —responde el estudiante, alucinado por la escena.

— Pues he tenido una mañana muy ajetreada, y el último paciente no ha podido venir justificando que tenía un compromiso de trabajo y ha tenido que volar de inmediato a Bruselas para atender ese compromiso, y he decidido tomarme un descanso. — contesta el médico. Luce un polo verde manzana y unos pantalones vaqueros muy juveniles, que para nada desentonan con ese pelo liso y canoso. — Tú y yo tenemos cita esta tarde si no me equivoco, ¿no?

— No, no se equivoca doctor. Me tiene que dar los resultados de aquellos informes que me hizo hace un par de semanas por el tema de la molestia que tengo en los ojos.

— ¿Te importa que hablemos aquí? — El doctor cambia su mirada amable por un semblante más serio. — No es nada fácil lo que tengo que decirte. Por más que busque la manera de decirte esto, no la encuentro.
El joven asiente. La repentina seriedad del doctor le ha metido el miedo en el cuerpo. Sus ojos duelen aún más, y ya no parecen tan confiados de que sea nada grave. Ahora parecen temerosos, casi llorosos, con mucha adrenalina y ansiedad encerrada dentro de ellos. El día soleado de repente se ha oscurecido, tal vez preparándose para lo peor.

— Lo que tengo que decirte no es sencillo. Eres joven y quizás este sea el golpe más duro de lo que llevas de vida. Aunque tú y yo creíamos que el problema en tus ojos es algo que tenía fácil solución no es así. — empieza su locución el médico, tratando de ser cauto con las palabras, intentando elegir la mejor manera para explicarlo.

—Señor Urtasun, dígamelo ya, sin rodeos. No pierda usted el tiempo en decirme tonterías, ya he comprendido por su tono que es algo grave, así que por favor se lo pido, suéltelo ya. — interrumpe un Sergio que empezaba a sentir sus ojos llorosos. 

—Hemos notado en los informes que estás empezando a sufrir algunos síntomas de la retinopatía diabética. Me gustaría hacerte unas preguntas sobre si sientes algunas molestias y que me respondieras con un sí o no ¿vale?

Sergio, totalmente k.o, totalmente perdido, asiente, aunque ya ha perdido toda la preocupación pues está muerto de miedo.

—¿Te has levantado sintiendo hemorragias en tus ojos?

—Sí.

—¿Has notado que tu vista se ha ido nublando de menos a más con el tiempo?

Sergio asiente.

—¿Se han formado pequeñas ampollas en tus ojos?

El estudiante vuelve a asentir.

—¿Notas como si la retina se te hubiera inflamado?

Misma respuesta. Sergio empieza a llevarse las manos a la cabeza, desesperándose sin entender nada.

—Creo que con esto tenemos más que suficiente. Aún así, antes de decirte lo que te voy a decir, me gustaría decirte que quiero que seas fuerte, y que si necesitas cualquier cosa estoy a tu disposición. —El doctor coloca sus experimentadas manos sobre las de su paciente, que no encuentra consuelo ni explicación a lo que está pasando. Hay un breve momento de silencio. Ese silencio. A veces necesario y que te invita a la paz, y otras veces tan incómodo y peligroso. —La retinopatía diabética es una enfermedad que afecta a la vista. Puede darse a veces por casos de genética familiar, aunque en tu caso no es así, pues en tu árbol genealógico no hay ningún caso así. Es una enfermedad que puede depender del tabaco o de la hipertensión arterial. Son casos que se pueden curar con los rutinarios exámenes oculares. Pero tu caso es distinto.

—¿Por qué lo dice doctor? —El pánico se ha llevado por completo la voz de Sergio, y su pregunta casi suena a a susurro.

—Porque en tu caso la causa es el mal control de la glucemia. Y porque tú nunca has sufrido problemas de vista hasta ahora, por lo que nunca has necesitado pasar exámenes oculares. Y las hemorragias ya han tenido un desarrollo que afecta a tu vista, y la está nublando. Y como te he preguntado antes, es algo que va de menos a más. De un momento a otro vas a sentir tu vista bloqueada por completo, vas a perder más del 95% de tu visión.

Se hunde. Sergio no puede ni mirar al doctor. Agacha la cabeza atrapada por sus dos brazos. Las lágrimas que solloza son tan tristes que incluso parecen tintadas de sangre. El bar ha pasado de ser la terapia de los borrachos a la peor de las consultas. La música se ha apagado, las risas se han silenciado y Sergio involuntariamente se ha convertido en el eje de la atención. El señor Urtasun como puede se lo intenta llevar a su consulta. Su experiencia le avala, sabe que allí tendrá más intimidad y quizás tendrá un espacio mejor para consolarlo. Pero su experiencia también le achaca el error de haberle dado el golpe más duro de su vida allí. Los médicos tienen la profesión más dura del mundo. Viven las veinticuatro horas de todos los días del año jugándose la vida o la muerte de muchas personas. Por muchos intentos del doctor, Sergio no encuentra consuelo. Lo va a tener que dejar todo, de golpe. La carrera, sus sueños… se siente un ser inútil, que a partir de ahora va a depender de unas gafas de sol, de un perro guía y de los sonidos de los semáforos. Sergio no va a poder volver a disfrutar del buen juego del Barça, no va a poder volver a gozar de los ojos de Katy Perry ni va a poder volver a ver de forma lúcida la bahía de la Concha, su bahía.

—Sergio, sé que es muy complicado ser tú en este momento. Es una putada. Si tuviera que elegir cuál de los cinco sentidos no querría perder elegiría la vista, porque la experiencia de tantos años de medicina me ha enseñado lo dura que es la vida sin poder ver cuál es el camino que tenemos que seguir. Sé que te vas a sentir solo, que ni tus padres, ni tus amigos, ni siquiera yo te vamos a poder consolar, pero tienes que sacar de esta situación lo mejor de ti mismo, sacar toda tu fuerza de voluntad y salir adelante. — El doctor Urtasun a pesar de ser un hombre amable, no suele ser un hombre de muchas palabras. Representa muy bien ese carácter de persona con las ideas muy claras y directas.

—Doctor, muchas gracias por sus palabras, pero sinceramente lo que más me apetece ahora mismo es marcharme a casa, meterme en la cama y no volverme a despertar, porque nunca he tenido en mi vida una pesadilla, y esta además de ser la primera y quién sabe si la última es la más dura. Tengo toda la vida por delante, y tengo la sensación de que me ha caído una losa, que en cuanto deje de ver, que puede ser dentro de un minuto, una semana o un año ya por mucha compañía que tenga alrededor, no va a haber nadie que no me haga sentir solo. — El proyecto de arquitecto hace rato que ya ha parado de sollozar, aunque ahora mira con la mirada perdida, buscando el punto muerto en su interior para preguntarse porqué le tiene que pasar esto a él.

—Lo entiendo. Si te quieres ir, adelante. Sin embargo, antes de que te vayas me gustaría entregarte algo. Quizás para ti no tenga mucha importancia, pero para mí es un tesoro, y quizás sea una forma de mostrarte un futuro optimista. — De su cajón saca una radio pequeña, La ajusta al dial 102.5 de la Frecuencia Modulada y se la entrega. — La radio es como la literatura, es un mundo de fantasía que solo sientes en tu mente. En la literatura o la lees o te la leen, y la radio, al igual que en la literatura, consiste en una persona que te cuenta una historia, que acaba en un final feliz con perdices o en un final triste como Romeo y Julieta, pero siempre tiene un final con una moraleja, y a mí me gustaría transmitirte la moraleja de que aunque creas que vas a caminar solo, si llevas contigo la radio no es así. Sé que cuando te sientas mejor vas a coger la radio, y es en ese momento cuando lo que hace mágica a la radio te va a enamorar de ella.

Sergio la acepta sin responder nada. Su espíritu ya no está allí. Se levanta, se encamina hacia la puerta del edificio, pero antes de marcharse, una última frase del doctor Urtasun le llama la atención: “Anda, estrena la radio, que en un cuarto de hora juega el Barça, y no te va a dar tiempo de verlo empezar”. El joven suelta sin querer una sonrisa irónica, como si eso fuera lo que más le importaba a él en ese momento. Al contrario que pasó en el trayecto de ida, Sergio se deja caer por las calles de la capital donostiarra. Se cruza con muchos conocidos que le saludan, pero él no dice nada, porque siente su alma deprimida. La noche ha irrumpido en la ciudad de forma tan brusca como la noticia le ha partido el alma.

Cuando por fin se logra sobreponer un poco, vuelve a recaer al encontrarse con la playa. “¿Será la última vez que te vea” se pregunta. Vuelve a agachar la cabeza y mete sus manos en el interior de los bolsillos de los vaqueros, cuando siente el contacto con algo. Decide sacar ese algo y es el objeto entregado por el doctor Urtasun. Recuerda la frase lapidaria con la que le ha despedido. Y la coge para enchufarla a sus auriculares. Tenía razón el señor Urtasun. El partido ya ha empezado. Ya ha pasado más de la mitad del primer tiempo cuando dicen que ya va ganando el equipo culé con gol de Xavi Hernández. Pero justo cuando están terminando de narrar el resultado ocurre algo atónito.

“¡Ojo Messi, ojo Messi, qué gol, qué gol, qué gol…! ¡Gol! ¡DIOS MÍO, DIOS MÍO, DIOS MÍO, GOOOOOOOOOOOOOOOL, del Barcelona, DE LA PULGA, DE LA PULGA ATÓMICA, DEL NUEVO REY DEL FÚTBOL, DE LEO, DE LEO, DE LEO, MEEEEEEESSI! “Al veintiocho de juego de la primera parte, Messi enciende las luces del Camp Nou, monstruoso, ¡qué bueno, qué bueno, qué bueno que viniste pibe! Sorteó a dos, a tres, a cuatro, gana la línea de fondo, y manda la bola a la misma gloria. Otro barrilete cósmico, otra aparición, otro coloso, un nuevo rey, simplemente, Messi, F.C Barcelona 2 – 0 Getafe”.

En ese momento Sergio ya vive enganchado a la radio. Sin darse cuenta, lo que el doctor Urtasun le había dicho se ha hecho realidad, se ha cumplido. Vive este momento con tristeza, pero la radio le ha dado toda esa adrenalina y chute de alegría que necesitaba. Sergio sabe que a partir de ahora van a haber momentos buenos y malos, pero a partir de ahora va a tener algo en lo que apoyarse para salir adelante. Algo que no se puede ver, pero es un mundo más espectacular que aquello que podemos ver.

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