Para ser sinceros, no sabía sobre qué escribir. Tengo ganas
de escribir muchas cosas, pero siempre acabo desechando todas las ideas. Tengo
ganas de escribir sobre las elecciones del próximo domingo, sobre lo especial
que es esta semana en la capital hispalense por el Betis – Sevilla de este
sábado, sobre el menosprecio que un profesor de Ciencias Políticas hizo a los
andaluces en el famoso debate a cuatro, etc. Son muchas ideas, pero cuando uno
mira al almanaque, se da cuenta que falta un suspiro para que se acabe el año.
Quizás debería hablar del año a nivel genérico, pero eso ya
lo harán otros que tengan mucho más talento que éste que les escribe, por ello
prefiero hablar de estos 365 días a nivel general. Desde hace tiempo mantengo
la teoría de que los años impares acaban siendo para mí mejores que los años
pares. Y el año que vamos a dejar atrás dentro de nada no es una excepción.
Posiblemente ha sido el año más difícil. Ya saben, ese demonio conocido como
segundo de Bachillerato.
Ese demonio ha convertido la primera mitad de este año en un
caos, pero bendito caos, pues este caos me ha hecho poder estar estudiando
periodismo, que es algo que llevo soñando casi desde que tengo razón de ser. La
mejor forma de resumir cómo ha sido esta relación de amor – odio con el último
curso preuniversitario se lo explicaré con una anécdota. A finales de mayo,
tuve que ir a Madrid para la entrega de un concurso literario. Finalmente, no
salí premiado de ellos, y en ese momento solo deseaba que me partiera un rayo.
En ese momento yo creo que en estas cosas mágicas que tiene el destino recibí
un Whatsapp: “quillo, ¡que lo has aprobado todo!” Esa persona que tenía
información exclusiva –una fuente que decidió acompañarme en el viaje por
Periodismo– acabó dando en el clavo. La única pega que le pongo a este primer
punto es el hecho de que mi instituto no quisiera tener un acto de graduación.
Una lástima que una relación tan linda acabe con tanta frialdad.
Cosas como este caos, nos enseñan una de las lecciones más
importantes que el ser humano aprende. Hay muchas veces en donde las cosas no
nos sale bien a pesar de que pongamos todo nuestro esfuerzo y dedicación, y
como no salen de forma satisfactoria, pensamos en tirar la toalla, desistir y
rendirnos, La vida es cierto que a veces te quita, y a veces te da, pero por
regla general, nos trata como la tratamos, y si la acariciamos, a pesar de que
en un primer momento nos dé la espalda, nos va a acabar devolviendo la caricia.
Una reflexión creo que merece también la selectividad. Es
fácil decir esto cuando se ha aprobado ya las Pruebas de Acceso a la
Universidad, pero creo que deberíamos plantearnos si la estadística de que el
90% del alumnado aprueben estos exámenes dicen algo bueno del estudiante, o
dicen algo malo de estos controles. También es considerable el debate cuando
hay algunas asignaturas como Inglés, Latín o Griego en las que los exámenes no
tienen un nivel de dificultad intermedio: o muy sencillos, o con un nivel
bastante complejo. Aún así, entiendo a todos esos aquellos que este año o los
siguientes van a estudiar un año tan agobiante y que acuden ante la PAU con el
pensamiento de “yo voy a ser de ese 10% que va a suspender”, yo he sido uno de
vosotros.
Para cerrar este desahogo, permítanme decirles algo. La única manera de poder cumplir los
sueños es luchar por ellos. Hay sueños que parecen tan inalcanzables que ya
hasta desistimos de ellos. Yo veía más cerca tocar el cielo que entrar en la
carrera, y lo he conseguido: toqué el cielo la madrugada de septiembre que supe
que había entrado en esta maltratada carrera. Por todo lo anterior, luchen
hasta desgastar toda su energía: si las cosas salen mal, no tenemos nada que
reprocharnos a nosotros mismos. Pero si sale bien, es una auténtica lección de
superación y satisfacción.
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