Todo al final se resume siempre a tener suerte. Y la suerte,
pues a veces te viene y a veces no te viene. Pero hay algo de lo que no hay
dudas: la suerte hay que buscarla. Puede parecer un comentario muy estúpido,
pero aplicado a la práctica pierde la estupidez. La vida es más dura que el
turrón, y hay mucha gente que se rinde a las primeras de cambio porque las
cosas no les sale como espera o porque directamente las cosas no les sale.
La experiencia me ha enseñado que para conseguir que la vida
te dé cosas, hay que estar ahí, hay que trabajar siempre, hasta cuando las
cosas no te salen, porque al final te acabará saliendo, y yo precisamente no
soy el ejemplo de una persona optimista. Yo que quiero ser periodista por
ejemplo, y tengo los horarios que tengo, tengo que aguantarme todos los viernes
por la tarde viendo cómo cuando la gente va vestida apunto de marcharse de
fiesta yo voy camino a la facultad, y en clase no llegamos a ser la mayoría de
los viernes ni diez personas.
Tener suerte tampoco es fácil, ojo. Puede llegar a ser algo
bastante complejo, una apuesta de todo o nada, pasar de cero a cien o tener que
elegir entre pastilla azul o pastilla roja. Y para tener suerte, además de
trabajar hace falta otro pequeño acto: creer. Si no crees no vamos a ningún
lado, y si no crees por mucho que quieras luchar por conseguir algo no lo vas a
conseguir. Creer no es simplemente
proponerte algo y conseguirlo. Es sacar fuerzas de donde no las hay, creer en
algo en lo que nadie va a creer y en lo que poca gente va a apoyarte.
Y el que la sigue, la consigue, aunque parezca que por mucho
que la siga ni la huela, los únicos capacitados para poder suicidar a nuestros
sueños somos nosotros mismos.
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