Todos somos mediocres. Entiéndase lo que quiera decir. Ni
somos unos desastres absolutos, ni tampoco somos unos Da Vinci, Gutenberg o
Maquiavelo de la vida. Somos… Pues eso, normalitos. Ni fu ni fa, ni chicha ni
limoná. ¿Nos convierte eso en unos absolutos perdedores? Por supuesto que no.
Es como todo. Depende de cómo se mire.
Una pregunta (y famosa frase de Kurt Cobain) me lleva
comiendo la cabeza toda la semana: Si hubiera que elegir, ¿seríamos los peores
de los mejores o los mejores de los peores? Aunque la respuesta en un primer
momento pueda ser rápida e inmediata, cuando se la haces a un variado número de
personas la cosa no es tan apabullante.
Depende de si somos unas personas ambiciosas o conformistas.
Las personas ambiciosas se relacionan con los peores de los mejores, pues no se
conforman con ser los últimos de la fila, quieren pelear y luchar para ascender
escalones y convertirse en los mejores de los mejores, mientras que los otros
cuando llegan a ser los mejores de algo se conforman con algo, como si fuera lo
que más mérito tuviera en vez de seguir creciendo y querer siempre más.
Igualmente, para que los peores de los mejores se conviertan
en los mejores, tienen la posibilidad de aprender de sus superiores técnicas,
ideas o conceptos que les ayuden a crecer. Los mejores de los peores cuando
llegan a su “cima”, se relajan y ya no tienen la intención de seguir creciendo,
pues además no tienen ninguna referencia superior que se les ayude a crecer.
Se trata de elegir entre la vida cómoda o la vida dura: si
eres conformista, agarras la vida cómoda, mientras si eres ambicioso, con ganas
de abandonar la mediocridad, te aferras a ser el último de los mejores, pero
con ganas de crecer, y crecer, hasta que tu nombre y lo que has conseguido sea
la respuesta a la pregunta “¿quién es ese?”
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