lunes, 16 de mayo de 2016

Rubia traviesa

Somos gente que podemos vivir independientemente del resto, pero como una persona te entre por los ojos, estás perdido. Te vas a convertir en un juguete de control remoto dominado por ella. Y yo me siento totalmente subordinado por aquella rubia traviesa. Admiro de ella que debe tener agujetas en los músculos de su cara porque se pasa el día sacando a pasear su sonrisa, y así es difícil respirar de forma normal cuando estás al borde de la taquicardia.


Algo tiene que tener la rubia traviesa para que hasta los que queremos ir de duros por la vida nos sintamos seducidos y perdidos cuando ella aparece. Algo tiene que tener que todos nos preguntamos, pero que nadie es capaz de sacar la respuesta, siquiera deducirla. Últimamente me estoy dando cuenta de que cometemos un error muy grave y es que intentamos explicar racionalmente los sentimientos, cuando eso es algo que no se puede explicar: la única manera de entender esa locura que te remueve el estómago es vivirla. Y háganme caso: ustedes nunca van a entender lo que siento cuando ella entra, cuando ella expone sus motivos sobre su descontento con el artículo 32.2 de la Ley de Propiedad Intelectual o ella se baja despidiéndose del autobús.

Debe ser que ella no es una más. Que ella debe ser algo parecido a una de esas que salen en las películas o una de esas modelos de Victoria’s Secret. O que cuando sus ojos oscuros miran al sol y sus ojos brillan cualquier cosa en el mundo está a punto de suceder: un terremoto, una tormenta de arena, o hasta el castillo de naipes más antiguo del mundo podría estar a punto de caerse con tal de admirarla aunque sea una milésima de segundo. O que ella es la reina de la noche, y su reinado es algo que no cuestiona nadie, porque todo quien lo cuestione sabe que no tendría razón, que quedaría retratado, porque ella sencillamente es espectacular, única para este mundo donde dominan las personas que intentan parecerse unas a otras, y ella domina porque sabe que como ella no ha habido, no hay, y no habrá nadie.


Y repito: como caigas un instante con ella: en el ascensor, en el autobús o cruzándote con ella por la calle, no va a haber quien te salve ni te consiga sacar de ahí. Y aquel instante es el que va a estar acompañándote el resto de tus días, es el que va arrebatar tus horas de sueño y es el único nombre propio en el que vas a pensar qué o quién significa para ti la felicidad. Y repito: no intentes explicar qué es lo que tiene ella porque simplemente es imposible, una utopía. Y repito: la única manera de llegar a entender esta travesura es vivirla y sentirla.

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