Algo tiene que tener la rubia traviesa para que hasta los
que queremos ir de duros por la vida nos sintamos seducidos y perdidos cuando
ella aparece. Algo tiene que tener que todos nos preguntamos, pero que nadie es
capaz de sacar la respuesta, siquiera deducirla. Últimamente me estoy dando
cuenta de que cometemos un error muy grave y es que intentamos explicar
racionalmente los sentimientos, cuando eso es algo que no se puede explicar: la
única manera de entender esa locura que te remueve el estómago es vivirla. Y
háganme caso: ustedes nunca van a entender lo que siento cuando ella entra,
cuando ella expone sus motivos sobre su descontento con el artículo 32.2 de la
Ley de Propiedad Intelectual o ella se baja despidiéndose del autobús.
Y repito: como caigas un instante con ella: en el ascensor,
en el autobús o cruzándote con ella por la calle, no va a haber quien te salve
ni te consiga sacar de ahí. Y aquel instante es el que va a estar acompañándote
el resto de tus días, es el que va arrebatar tus horas de sueño y es el único
nombre propio en el que vas a pensar qué o quién significa para ti la
felicidad. Y repito: no intentes explicar qué es lo que tiene ella porque
simplemente es imposible, una utopía. Y repito: la única manera de llegar a
entender esta travesura es vivirla y sentirla.
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