viernes, 5 de agosto de 2016

Los cinco aros de los anónimos inmortales

Estoy preocupado. Parece como si la prensa deportiva española estuviera hechizada. En los últimos días nada más que pronuncian nombres propios que nadie conoce como Garibe Muguruza, Mireia Belmonte, Carolina Marín, Bruno Hortelano, Saúl Craviotto o Mario mola, además de pronunciar palabras de un idioma totalmente desconocido: hockey, balonmano, judo, taekwondo, halterofilia…


Mi preocupación va a más porque este hechizo lo he visto antes: hace cuatro años ocurrió algo idéntico: los mismos nombres anónimos que posteriormente dejaron de ser anónimos cuando consiguieron subir al pódium de una competición llamada Juegos Olímpicos o algo así, porque me acuerdo que en un pasado no tan lejano eran el sueño de todo deportista, y que ya en la Antigua Grecia se practicaba.

Como decía, en un pasado no tan lejano eran el sueño de todo deportista, pero los Juegos Olímpicos han perdido toda su fama (y con ella el mérito de los que participan en ellos): importa más las uñas de Cristiano Ronaldo que los récords que consiga Usain Bolt en una pista de atletismo, importa más el pelo platino de Leo Messi que las dificilísimas coreografías de Gemma Mengual y Ona Carbonell en la piscina olímpica de turno.

Y si soy sincero, a mí como periodista que soy me encantaría vivir este hechizo con forma de cinco aros, me encantaría ver la cara de Hitler cuando un chaval de color llamado Owens humilló a los atletas alemanes en 100, 200, 4x100 metros y salto de longitud, me encantaría volver a ver a un tiburón en la piscina como Michael Phelps arrasando a sus rivales, o volver a ver reivindicaciones políticas tan maravillosas como a Hassiba Boulmerka en Barcelona ’92 consiguiendo la primera medalla de oro para Argelia  en unos Juegos Olímpicos y celebrarlo llena de rabia desafiando todo el machismo de su país mirando a cámara.


Quiero vivir ese hechizo, y sentirlo de tal forma que consigamos por fin entender que los nombres mencionados en el primer párrafo no deben ser anónimos sino inmortales, y que algunos de ellos representan a algunos de los mejores deportistas españoles de la historia. Que muchos y muchas de nuestros deportistas merecen un Princesa de Asturias por ser verdaderos ganadores del deporte español y no se les da ni bola.
 Que empaticemos por ejemplo, con el triatleta Mario Gómez Noya y otros tantos que han sufrido una lesión que les impide disputar los Juegos cuando habrán estado entrenando ¿meses? ¿años? de cara a intentar conseguir una medalla, de intentar conseguir que en Río de Janeiro suene el himno español. 


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