viernes, 2 de septiembre de 2016

La musa que nunca conoció Van Gogh.

Nos conocen como los más locos de la ciudad porque somos dos cabras locas que han soltado por la calle. Porque nos ponemos tan tibios de cerveza con limón en la Gran vía que volvemos haciendo curvas en las rectas y hacemos rectas en las curvas. Porque tus risas se escuchan con tal volumen que levantas a los vecinos y se preguntan a qué se debe tal escándalo.

La gente nos mira mal, como si fuéramos desequilibrados mentales… Y con razón, pues ni yo tengo tu número para volver a llamarte ni tú sabes mi nombre. Yo sé que volveremos a encontrarnos. Pasa en las películas y tú eres más un personaje de película que alguien real. Pero me siento tan en paz conmigo mismo cuando estoy contigo. Es algo que no se puede explicar, no hay colores ni cuadros de Van Gogh que expliquen la paz que siento en mi interior cuando nos encontramos por casualidad en cualquier rincón minúsculo del mundo. Eres como un antídoto que elimina de un suspiro todas las cosas malas que vive el mundo. Con ese soplido te llevas por delante el hambre, la violencia, las discusiones estúpidas de pareja sobre qué ver en la televisión.


Y, amor platónico, antes de que te vayas y de que te esfumes en cuanto veas la primera seña de que el amanecer ya ha llegado te quiero pedir un último favor: róbame el sueño esta noche. Quítame las ganas de dormir y dame todas las ganas de bailar, de reírnos de esas comedias románticas en las que todo siempre acaba saliendo bien. Quédate, cenemos pizza y que sobren trozos para que tengamos algo para desayunar junto al café. Quédate despierta hasta que caigas rendida boca abajo en el sofá desnuda. Cuando eso ocurra, sabré que no hay ningún cuadro de Van Gogh que lo explique pero sí eres la personificación de La noche estrellada, tu espalda es París, y tus lunares son las estrellas. 

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