domingo, 1 de julio de 2012

Si me pusiera en tu piel..

Era de noche. En aquella playa almeriense, que por la noche se quedaba desnuda y sincera, oscura, con el mar tranquilizando a la arena asustadiza. Las tumbonas estaban desprotegidas y ella y yo nos quedamos allí, infringiendo leyes, haciendo delitos. Ella encima de mí, y debajo mía su toalla rosa fucsia. Estar en aquel momento íntimo  me hizo recordar tantas noches de travesuras, de sudor en nuestros cuerpos, de desabrochar botones de nuestra y de tímidos gemidos. Cada vez que un dedo suyo rozaba las cosquillas de mis extremidades, sentía un relámpago de sentimientos, como ese escalofrío que hace a una persona que lleva años en coma despertarse.

Aquella playa era como un círculo, como un nexo. En ella y muchos antes, ella y yo sin querer nos tropezamos y ese círculo estamos cerrandolo aquí esta noche. Pero quién sabe si lo estamos cerrando relativamente, o quizá regresemos cuando el tiempo nos reclame. Ella es como una especie de salvavidas en mi vida, como si su amor a mí me dieran las siete vidas con la que cuentan todos los gatos. Ella es el mando del control de mí, que soy una persona alocada, bipolar, sin control, sin pausa, que es todo sentimiento, que siempre tiene las pulsaciones superando las 300 revoluciones por minuto.

Yo no puedo hablar de lo que soy en su vida, pero al mirarle los ojos cada vez que sonríe, noto un brillo distinto, que me hace sentirme gigante. Vivo porque me muestra esa mueca, ese "jaja" simpático, su maestría al tocar un piano cuando estamos en su casa, o la manera que tiene para convertir la tarea más díficil del mundo en algo que puedes hacerlo con un solo dedo. El día que la conocí, su nombre no me decía nada, no me parecía especial, y sus ojos no me transmitían esa paz que hoy siento en mí.

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