jueves, 21 de febrero de 2013

Tensión sexual (no) resuelta.


En un lugar perdido de Sevilla, la ciudad hispalense, vi a una pequeña chica de pelo platino ondulado. Jamás le pude ver la cara pues nos separaba mi vergüenza y sus amigos. Lo único que sé de ella es que llevaba una chaqueta negra , y si seguías bajando por la carretera de su cuerpo, le continuaba una falda escolar de color negro, acompañado de unas medias transparentes. Creo que tenía novio, y en un grito de él supe que su nombre era Claudia. Lo trascendental no es todo lo anterior. Lo importante es que en hora y media no paré de mirarle las piernas. Con deseo, con descaro, con picardía. Con el deseo de que fuera mía para siempre. Aunque no la conozca. A pesar de que fumara o bebiese. La invitaría a pasar el resto de mi vida conmigo. Porque yo sé cuál es el final de la historia: ella llora cuando descubre que él es un gilipollas que no la trata como ella merece. Lo sé porque casi siempre intento ser el hombro donde los amigos y amigas que valoro lloran.
Sentí un fuerte impulso sexual de tenerla, desnudarla, hacer el amor con luna llena y durante el atardecer. Llegar al orgasmo mil veces, que me sonría cuando estemos los dos desnudos dentro de una sábana blanca y de repente aparezca de la nada un diminuto rayo de sol. Llegar a la puerta de mi casa con su cuerpo sujeto a mis brazos por las caderas. Abrir la puerta e ir directos a la habitación. Soltar la ropa por todo en medio, despreocupados de las consecuencias. Que me entre la locura que siento cada vez que te veía apoyar tu cabeza sobre su hombro. Que seas tú la que tire la puerta con la cerradura de mi timidez.
Pero sentir todo esto por alguien que no conozco es continúo. Y el final, de mis propias historias también lo conozco: el miedo a ganar te cierra la boca, y te sientes totalmente cortado en tu propio cortocircuito como para rozar su pelo con tus labios y decirle: "mira pequeña..." Y entonces el que llora soy yo, y no hay más hombros que los suyos para encontrar el alivio. Quizá todas estas historias no sean más que caprichos, pero, ¿quién no tendría amor hacia algo tan pequeño pero tan grande a la vez?

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