Muchas
veces me pregunto de qué sirve ser un creído y tener el ego subido. Yo, cada
vez que dejo de tener los pies en el suelo, y me pongo cómodo en cualquier cama
o sofá, al principio es verdad que uno se siente bien y relajado, pero al cabo
del tiempo, los pies se cansan de sentirse cómodos y regresan al piso.
Porque
es mejor llegar a ser grande a partir de la nada, de la humildad, que ser
grande yendo de sobrado. Porque esa sensación de euforia que nos invade cuando
hacemos una proeza grande es tremenda. Una sensación de ser capaces de hacer
cualquier cosa, incluyendo lo imposible. Aunque las cosas no salgan a la
primera, si te empeñas y te pones cabezota, acabará saliendo de una manera más
o menos complicada. En ti, acabará invadiendo un gusanillo de la satisfacción
del del deber cumplido. Del sentirse bien con el organismo al que tantas veces
has odiado e insultado sin excusa, y al que ahora comienzas a tener en
consideración. Si algo aprendí con el tiempo es que las personas solo cambian
con motivo de los grandes acontecimientos, como es el caso de la primera vez
que hacemos el amor, y nuestra voz cambia por completo.
El
egocentrismo consiste en creer que uno es el centro de todo, y que él, al ser
mejor que todos, tiene más facilidad para hacer todo, mientras que el resto de
los humanos no tenemos opción para ello; mientras el humilde entiende que es
igual al resto, y por lo tanto tiene las mismas que perder y que ganar.
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