martes, 14 de mayo de 2013

Alajo. (Ojala.)


Ojala pudiera sentir que sus labios de hielo se derriten en los míos cada noche, y que su pecho se contrae cuando estoy a centímetros de su pelo. Que se pica cuando la hago enfadar. Ojala sintiese que soy la lo primero en su vida, su debilidad, en quién piensa al despertar. Ojala, notara su nerviosismo cuando oye mi nombre. Que se masturba cerrando los ojos e imaginando esa mano que hay dentro de su pantalón es mía. Ojala fuera de Sevilla para que jugara todo el tiempo con su admirado azahar. Ojala fuera el duende verde que la ve dormir. Ojala estuviéramos juntos, porque no saldríamos un solo instante de su cama, viendo el sol de este a oeste.

Ojala me quedara dormido en sus pies, y me levantase en Venecia, París, o alguna isla griega más perdida que el Barco de Chanquete. Ojala fuera un avión de papel, y volara lo suficiente como para llegar a su ventana, observarla todo el rato, sin poder guiñar un ojo. Ojala comprobara que cuando la acaricias sonríe, y deja de morderse el labio.

Que como dicen, “cuando ella cruza por debajo del cielo, solo el tonto mira al cielo”. Ojala notara la pasión de sus palabras en cada beso largo que me ofrece. Ojala sus manos sean pequeñas y seguras, al contrario que las mías, y que su piel sea más dulce que la lana, que un bizcocho con forma de corazón pocho. Ojala perdiéramos la cabeza y nos escapásemos del mundo.

Ojala todos los ojalas se cumplieran.

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