miércoles, 18 de septiembre de 2013

Idiomas comunes.

Diluviaba de manera atrroz sobre el cielo de Londres, y bajo aquella lluvia sin ningún tipo de remedio, ella me pidió un abrazo, que fuera su paragua. Que ningún tipo de circunstancia nos separase, y que lo único que lo hicieran fueran nuestros labios. 

Aquellos alegres e impresionantes ojos verdes, que jamás habían sido vistos de manera triste, esa noche fue la primera que se entristecieron. La lluvia aceleraba, y su rizado pelo largo se fue quedando alisado mientras las gotas continuaban cayendo bajo el Big Ben. 

Aquel escenario, presenciaba un camino interminable de besos y caricias. Sobre aquel puente que lleva en su nombre a la ciudad londinense, pasaban día a día millones de personas cuyos idiomas eran variopintos, que tenían un distinto tono de piel, un distinto color de pelo, o de ojos. Personas que comparten gustos musicales y culturas distintas, pero que sí comparten  el mismo sueño, sienten la misma hambre: ser feliz, por dejar de sentir miedo al mundo, a la realidad. 

La escena perfectamente era de película, aunque, sin embargo, era real. Quizá ellos dos no se conocían, y quizás ambos nacieron en un continente separado del otro por el imenso oceáno. Pero a veces, al mirarse a los ojos, no hace decir nada para que se note la pizca de cariño que necesitamos cuando nos sentimos débiles. Ella de por sí era débil, insegura de sus virtudes y principal admiradora de sus defectos. Él, simplemente entendió que las cosas en el mundo son así de espontáneas, y que si es ella la que hoy sufre, será él el que sufra el día de mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario