sábado, 28 de septiembre de 2013

Pretéritos.

Un ex-profesor mío, a la hora de hacer controles de verbos, no dudaba en calificar a sus alumnos, en tono jocoso, como "pretéritos imperfectos" o "pluscuamperfectos", mientras él se adjudicaba el tiempo de "pretérito perfecto." Más allá de que fuere broma, toda esta anécdota invita a pensar sobre la gente y sus palabras.

Cuando hablamos, lo hacemos con la parte superficial de la persona, pero jamás vemos lo que hay detrás de esa piel adornada por cosas tan raras como los ojos, la boca...aquellas estúpidas cosas que nombramos como partes del cuerpo. Puede, o no, que el estado de ánimo sea algo abstracto, o no, que sean superficial. Porque muchas ocasiones nuestra transparente forma de ser no necesite un "¿qué te pasa?", sino, por el contrario, a veces se debe de cuidar el mensaje, o como dicen los profesores, hablar del mensaje según su contexto y situación comunicativa.

Los mensajes con buena intención, sin quererlo, pueden ser un dardo envenenado. Y el veneno mata, como a muchos les mata el daño que hace la estupidez de la palabra. Y ser estúpido teniendo voz es algo tan molesto como la falta de puntualidad, o la mala cara que te pone alguien a quien apenas conoces. Nadie viene al mundo para ser perfecto, cada uno de nosotros tiene diariamente decenas de fallos, pero algunos con una gravedad muy difícil de arreglar. Hablar debería de ser como cuidar el césped; cualquiera puede tener la oportunidad de hacerlo, pero hay que cuidarlo mucho para evitar las plagas, y los problemas de regadío.

Porque tal y como diría Loquillo, "no vine aquí para hacer amigos, pero sabes que siempre podrás contar conmigo. Dicen de mí que soy un tanto animal, pero en el fondo soy un sentimental."

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