sábado, 20 de septiembre de 2014

Ayer le hice el amor a la música.

Ayer le hice el amor a la música. Llevaba su siempre sensual vestido azul que adorna la triste llegada de septiembre con sus hombros desnudos y su cremallera casi cerrada. Se lo hice largo, romántico en circunstancias duro y fuerte bajo un ritmo vertiginoso, y en otros instantes bajo la dulzura de las mejores baladas. Se lo hice a capella, saboreando el placer de sus gemidos, saboreando los celos de la literatura, de las musas de las Rimas de Bécquer.

Ayer le hice el amor a la mujer más preciosa, pero al mismo tiempo a la mujer más difícil de todas. Ayer supe que su locura transitoria es la locura ideal para romper la cordura que todos llevamos en nuestro interior. Ayer sus besos me ponían la piel de gallina como la primera vez que escuché a Queen, y sus caricias tenían la misma suavidad que la voz de Michael Jackson.

Ayer le hice el amor sin parar, hasta quedarme exhausto, hasta alcanzar la mayor sensación relajante durante el orgasmo. Ayer me sentí en exclusiva el dueño de su cuerpo y alma. Ayer fue el primer día en que simplemente me limitaba a disfrutar del momento, a cerrar los ojos y relajarme. Ayer le hice el amor a la música, y de la misma manera que ella me entregó su cuerpo, yo le entregué el mío.

Ayer le hice el amor a la música, y abusé tanto de aquella droga pegadiza, se me olvidó decirle cuando se marchó que quería repetir, y volver a hacerlo todos los días. Se me olvidó decirle que todos los días quiero conquistar su cuerpo, igual que los Beatles conquistaron Europa, igual que Orfeo conquistó a Eurípide. Ayer le hice el amor a la música, tras emborracharla con cervezas y tequila, tequila que saqué de sus labios. ¿Qué más da si son venenosos si cuando los rozas rejuveneces? 
Ayer le hice el amor a la música.

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