No es nada fácil valorar este año tan apoteósico de sudor,
lágrimas, y menos mal que sangre no, cuyo final quizás era esperado por
algunos, pero totalmente inesperado por mí. Y eso que las cosas han sido difíciles
desde antes de empezar.
Empezaban siendo complicadas desde la elaboración de las
clases. La composición de dos clases compuesta por alumnos de sociales y
humanidades hizo que en mi clase yo fuera el único chico de humanidades que
hubiera, siendo el resto chicas. Este hecho aparentemente tan insignificante es
más difícil cuando hablamos de un periodo de nueve meses, y cuando le sumamos
algunas circunstancias como mi cerrada personalidad, mi dificultad de ganar
confianza, o mi nula relación con algunas de esas chicas. Siguió complicándose
con los primeros contactos con otros profesores, y todas esas críticas por tu caligrafía.
También es un año muy complicado por la presión interior y exterior que se
produce a tu alrededor con aquella frase insistente de “tienes que sacar nota”.
Este factor va creciendo cuando empieza el curso y ves que en algunas
asignaturas vas bien, pero que en otras no vas tan bien y empiezas a comerte la
cabeza buscando respuestas a esto. Aún así sientes que todavía hay tiempo para
cambiarlo todo, pero que no puede uno desesperarse a las primeras de cambio.
Acabas la primera evaluación con todo más o menos bien pero con dos asignaturas
suspendidas, una sensación un poco agridulce. A lo del intercambio quizás
debería mencionarlo, pero hay cosas patéticas en la vida que no se pueden hacer
nada para evitarlas.
Con la segunda evaluación viene la llegada del frío y
también exámenes en los que das todo de ti y el resultado es decepcionante. Esa
paciencia y pensamiento de no desesperación se esfuman y pronto empiezan a aparecer
dudas acerca de todo. También aparecen los problemas físicos hasta en los
exámenes, y que no te ayudan nada a controlar la situación. Ya te empiezas a
sentir más desesperado, más inseguro, empiezas a fallar en cosas que siempre se
te habían dado genial, sientes que te hace falta la confianza de algunos
profesores, una quimera para un alumno de ese curso. El único punto positivo de
esto es la mejora en la relación con algunas personas de tu grupo pero en
especial con Andrea, Alba e Irene. La segunda recogida de notas tiene un
balance igual en cuanto a la nota media, con subidas y bajadas, pero con el
déficit de que has suspendido una más que en la primera. Ahí te derrumbas,
piensas en dejarlo, en rendirte, te sientes ya inferior al resto y no hay quien
te haga levantar la cabeza agachada. Por supuesto ni siquiera piensas en
selectividades ni notas de corte, porque lo ves como una utopía. Te planteas
una filosofía tan conservadora como antigua, día a día, piano a piano, o
partido a partido. Esta caída en picado tiene su culmen cuando comienza la
tercera evaluación, pasa Semana Santa y las dos semanas que hay entre esta y
Feria, y te plantas el martes de Feria con un examen de Arte que te resulta
casi imposible que sea menos fácil. Sales con la conclusión de que por fin, el
quinto examen será el primero de esta asignatura que apruebes. Pero cuando
llega la corrección del examen has sacado un 4’6. Ya no es que el mundo se te
caiga encima, ya es que casi eres tú el que pide la rendición. Si no la has
pedido ya, es porque piensas que son solamente tres meses más de sufrimiento, y
que hay que aguantar el chaparrón hasta el final.
Es bastante irónico, pero la tercera evaluación es en la que
se supone que todos estamos más cansados, es la que se hace más espesa y es la
que crea mayor sufrimiento. Y en mi caso, creo que esta fue la evaluación en la
que mejor me encontré. Segundo de Bachillerato es un curso en el que jamás eres
capaz de sentirte cómodo ni un segundo, y yo en este último trimestre me pude
sentir mínimamente relajado, aunque seguían habiendo cosas que no salían, pero
aquí tuvo que entrarme en la cabeza un sentimiento de que todo trabajo tendría
su recompensa, aunque todo lo que hubiéramos recogido hasta el momento no hubiera
sido lo que deseábamos. Esta locura de tercera evaluación también entró en lo
personal con un viaje a Madrid en el que estaba puesta toda la ilusión del
mundo, y que no fue más que el primer chasco de los ojalá muchos que tenga, al
menos en lo literario. El momento clave es cuando estás en plena decepción por
no haber ganado este certamen literario y estás consolándote con un queso y un
jamón de casta, en una reunión cual Isabel Preysler después de Nochebuena, y en
ese instante alguien de las personas que más te ha soportado, y que tiene
enchufe a las notas en Séneca te suelta un “quillo, que lo has aprobado todo!”,
entonces ese clima tan antinatural de sobriedad lo rompes tú saltando como un
loco por los preciosos jardines de esa preciosa universidad. Y aunque el
disgusto sigue estando ahí, no hay premio más grande que saber que tus sueños
siguen adelante, y que no hay quien rompa la esperanza, aunque tu pesimismo te
haga desconfiar y querer verlo en papel antes de romper de felicidad. Dicha
afirmación se confirma el lunes siguiente cuando el verano ya está en tu
cogote. Ya te sientes muy cansado, y hasta reconozco que ya casi estaba a punto
de mandar la selectividad a tomar viento, pero nunca desistes. Empieza el
papeleo y tu nerviosismo solamente te perjudica, además de contagiarle el
nerviosismo a los que están más cerca de ti. No hay quien te calme, quien te
haga cerrar los ojos y respirar dos minutos seguidos.
Llega Selectividad. No paras de escuchar eso de que “Selectividad
la aprueban nueve de cada diez estudiantes”. No paras de pensar que tú vas a
ser ese estudiante que suspenda esta etapa preuniversitaria. Llega el primer
examen y te encuentras con un artículo de opinión y un fragmento de Luces de Bohemia. El pensamiento de “viva
la madre que te parío” dedicado a la madre del articulista resalta en tu
interior. Escribes tantos folios que sales del examen pensando que te ha salido
fabulosamente bien, aunque ya la experiencia te haya enseñado antes que no
tiene nada que ver sensación con realidad. Quince minutos de descanso porque
algo malo tiene que tener el hacer los exámenes con particulares
características. Llega Historia para algunos, y Filosofía para otros. Si los de
Filosofía dan las gracias a Dios porque les ha caído Nietzsche, los de Historia
se acuerdan de muchos porque en la opción del siglo XX ha caído la transición,
y en la otra opción algo mucho más sencillo como La Pepa. Dentro de mí se creó
el agradecimiento a alguien supremo por haber puesto el tema final del siglo XX
porque es aquel que te sabías de pé a pá. No voy a buscar respuestas a esta
intuición, simplemente creía en ello y no sé por qué estaba seguro de ello. El
examen te sale casi como un traje a medida. No se te olvida nada importante,
pero siempre te autorecreas esa sensación de que te han faltado detalles
pequeñitos. Segundo descanso, casi con
mareos, buscas una máquina o la cafetería para comprar algo pero de camino te
encuentras con quien te anticipó la alegría del año, y te ofrece almendras
saladas. No solamente te da energía, también de alguna manera te hace aislarte
de Lengua e Historia. Vuelves, y tercer examen. Inglés: el más difícil de la
mañana, el más tardío. Inglés es la asignatura caprichosa de Selectividad: o es
muy fácil para que puedas subir nota, o es difícil. Y este año tocó el examen
complejo. Lo haces como puedes, mirando más el no cometer fallos que buscando
ideas para poner aquello que no sabes qué poner. Pasadas las 14:30 sales,
sintiéndote aliviado, pensando que lo que peor ha pasado. Las pesadillas ya han
terminado y te planteas los exámenes que quedan de una forma más alegre. El día
siguiente tienes Literatura Universal, y te encuentras con la opción de
Dostoievski, y la opción de Patricia Highsmith, la única autora que apenas
habéis estudiado con el profesor, por lo que haces la opción del novelista
ruso, y vas a por ella a morder, preferirías que hubiera sido otro autor pero
es él. Se repite la situación de Lengua, buenas sensaciones pero miedo al
resultado. Sales pensando que ya ha acabado todo lo malo que debía de acabar,
solo queda latín, y allí te encuentras con un texto fácil de traducción y de
análisis sintáctico, y una literatura más o menos sencilla. Es difícil
concentrarse en este examen porque la idea de que es el último examen de nueve
meses intensos, difíciles, muy complicados de aguantar. Haces el examen
bastante descentrado y lo primero que te preguntan cuando acabas es la pregunta
de cuándo salen las notas. Ese instante es cómico porque recién acabado el
examen es lo que menos te interesa del mundo.
Entre estos tres días y la notificación de las
calificaciones hay una semana. La notificación llega a través de un SMS que le
llega a casi todo el mundo menos a ti, y decides buscar soluciones alternativas
con un internet más lento que el coche de Alonso. Tarda en cargar, te
impacientas, el calor te atosiga, y la impaciencia te desespera. La web te pide
el DNI, que te sabes de memoria pero que en ese justo instante estás tan
nervioso que necesitas revisarlo, pero el irracionalismo del momento te hace no
mirarlo al final. Lo tecleas, y lees las notas. El estado de ánimo es tan
imprevisible que la primera reacción no tiene ningún tipo de gesto. La segunda
mirada es más profunda, no piensas en medias, simplemente en resultados. Dices
en voz alta el pensamiento de que son unas notazas, pero no quieres pensar en
medias hasta dentro de varias ojeadas más. Cuando ya piensas en ello todo está
bien, pero hay algo que falla. Con la típica letra pequeñita pero esta vez no
tan pequeñita el papel aclara que la fase específica no tiene ningún valor en
Selectividad. La frase es tan clara que te hace resignarte, pero no lo
entiendes, hay algo que debe fallar. A todo esto ya está cerca la una de la
madrugada, y estamos mi padre y yo en mitad de El sueño de una noche de verano, nunca mejor dicho. El nerviosismo
hace que haya piezas del puzle que no encajen como lo de la fase específica,
los criterios de ponderación. Buscamos las notas de corte en Andalucía y en
toda España. El sentido común de mi padre, bendito sentido común, hace que las
cosas se empiecen a ver de otra manera. Logra colocar bien lo de la
ponderación, y rebuscando en no-sé-dónde de la formula de admisión en la
Universidad de Sevilla aparece la fórmula que por fin hace cuadrar las cuentas:
0’6xNotaMediaBachillerato+0’4xFaseGeneralSelectividad+0’2xNotaLatín.
¿Resultado? 8’3, cuando la media de la 14/15 en periodismo era 8’2. La alegría
se desborda, espanta al sueño. Alegría y euforia se casan para crear dentro de
mí la sensación de paz.
Tendría que mencionar a todas esas personas que han creído
en mí en todo momento, pero prefiero dejar al margen esto porque creo que hay
tres personas de las que debo acordarme porque gracias a ellas he aprendido
mucho: Irene ha sido mi compañera de sitio en estos nueve meses. Es una persona
que como yo siempre ha sabido lo que quería estudiar. Historia del Arte. Y
aunque tuviera una nota muy baja ella ha ido siempre a por todas, buscando el
sobresaliente en todo. Ha ido a por todas sin dar nunca de lado a nadie,
ayudando a quien se lo ha pedido con lo que le hiciera falta. Es una persona a
la que le voy a estar eternamente agradecido porque ella también ha sabido
levantar mi estado de ánimo cuando las cosas iban mal, incitándome a que no me
rinda, a que lo intente siempre.
A Alba la conocía desde el Sagrado de vista, pero siempre se
había quedado en eso. Gracias a este año he podido comprobar una cosa: está
como una puta cabra. Pero sin las putas cabras en esta vida seríamos todos unas
personas aburridas y rutinarias. Ella es una persona risueña que ríe y ríe todo
el día. No me extrañaría tampoco que duerma riéndose. Además ella es insegura,
un poco como yo, siempre dice las cosas en voz baja buscando el no equivocarse
antes que arriesgar. Se merece un gran salto en sus estudios, porque así va a
tener una oportunidad muy grande de poder crecer tanto en su mentalidad como en
su confianza.
Andrea es la tercera persona en cuestión. Es preciosa por
fuera, ya sea con su pelo natural como el año pasado, o teñida de rubia como
este año. El año pasado tampoco había una gran relación con ella, pero todo el
mundo me reconocía que ella como persona es un encanto. Se le ha contagiado de
Alba su locura, aunque ella también tiene sus síntomas de locura como su
nerviosismo, es un pájaro loco, no es capaz de estarse quieta. Otra cosa que me
encanta de ella es que es realmente madura, pero también tiene su lado infantil
que le hace decir “esto me va a salir mal”; o “voy a suspender”, pero ella
misma sabe que las cosas le van a salir bien. Ella sabe que va a conseguir lo
que se proponga.
Siento haberme alargado mucho, y acabo muy rápidamente:
La esperanza es lo último que se pierde, porque los sueños
solo mueren si muere el soñador, así que si vamos a soñar, soñamos en grande.
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