No soy simpático. Y para qué engañarnos, sabiendo que hay
más gente preparada para fustigarte con el látigo que para darte un abrazo,
tampoco quiero serlo. No me llevo tan bien como quisiera con mucha gente por mi
culpa, pero ¿qué se le va a hacer? Yo prefiero otras cosas a ser simpático como
ser sincero, o intentar ayudar en lo que pueda cada vez que alguien me lo pida.
Pero no se preocupe. Si le sirve de consuelo, yo tampoco me llevo bien conmigo
mismo. Me veo tan lleno de defectos y tan vacío de virtudes que es normal que
la convivencia conmigo mismo sea casi imposible. Somos peores que un matrimonio
a una semana de sus bodas de plata.
Para colmo, no soy ni la persona más alegre ni el más
gracioso del mundo. Quizás esa sea la explicación de por qué mucha gente no me
soporta. ¿Qué se le va a hacer? Me gusta hacer las cosas buenas a hacerlas
bonitas. Primero el trabajo y después la diversión que diría el otro. Tendré
ese enésimo defecto que pocas personas más tenemos. Y encima mi forma de ver el
mundo de forma divertida es mediante la sátira, mediante la ironía y mediante
el humor negro y verde, recursos controvertidos en sí donde los haya. Por decirlo de alguna forma más vulgar: me lo
paso bien tocando las narices. Alguno podrá pensar con argumentos que quizás
sea un cabrón. Posiblemente. Pero jamás hago un comentario crítico que pueda
molestar a alguien, lo hago siempre con la idea de que reflexione, se replantee
las cosas. Soy de esas personas con mentalidad antigua que siente respeto y
admiración por personas contrarias a mí en formas de pensar, de esas personas
que prefiere mil cosas antes que ir a una discoteca a beber como un loco, de
esas personas que prefiere La que se avecina a Aquí no hay quien viva o la
Pepsi a la Coca-Cola.
La relación conmigo mismo es tan complicada que nunca soy
capaz de crear una estabilidad en mi estado de ánimo. Soy una confusión
permanente que vive siempre lamentándose porque “nada me sale bien”. Nunca sé
ni yo mismo por donde puedo salir. Soy tan irracional que cualquier día me
puedo levantar y ver las cosas de forma más racional que el más ilustrado de la
filosofía del siglo XVIII. Y quizás el día que me acueste siendo racional, a la
mañana siguiente me levante siendo más irracional que Romeo Montesco.
Cada vez que me siento en la sensación de “no estoy en mi
mejor momento”, y cada vez que se huele la sangre y viene alguien dispuesto a
darme su ración de golpe letal y acabar conmigo, dentro de mí nace como una
rabia, como una ira, un orgullo que me hace renacer, que me hace volver a ser
yo de una forma más fuerte que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario