viernes, 25 de noviembre de 2016

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Pocas veces me he sentido especial en el buen sentido de la palabra. 
Y muchas, innumerables veces me he sentido así, especial, en el mal sentido de la palabra. Todas las pocas veces que me he sentido así, las circunstancias han estado directamente relacionadas a ti.

Me encanta reír. Reírme de todo, y reírme de mí. Que me den ataques de risa hasta casi atragantarme. Que la barriga me duela por reírme. Y desde hace meses estoy apagado: los ojos tristes, el alma y la risa están apagados.

Teníamos la virtud de reírnos. Que yo te hacía reír hasta imaginarme con una nariz de payaso. Y tú me hacías reír, viéndonos por Skype, oyéndonos por teléfono, o simplemente mirando el móvil mientras íbamos a clase.

Tantas cosas… Y tanto tiempo. Tiempo en el que ha pasado de todo, y en el que ha pasado de nada: cosas buenas y cosas malas. Risas, alguna lágrima que otra, cabreos serios, cabreos estúpidos, momentos para desahogarse y momentos para evadirse.


Nadie debe deber su estabilidad a otra persona. Nadie. Pero hay personas que se sienten románticas como el movimiento literario, y yo soy una de ellas: extremistas, con un umbral para la sensibilidad altísimo, que gracias a ti era capaz de disfrutar de la vida y de las cosas. Y ahora que no estás, me cuesta mucho seguir adelante, disfrutar de las cosas. He intentado y estoy intentando olvidarte de todas formas, pero es que no hay forma. Me siento totalmente atraído por ti. 

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