Siempre que llega la Navidad y
nos preguntan por los deseos para el año siguiente. Por ello, al final todas
las Navidades me parecen iguales: pedimos salud, amor, trabajo… Y al final nada
se cumple: vienen unas personas y se van otras, ocurren cosas buenas y cosas
malas. Sin embargo, dentro de mí existe la sensación de que este año puede ser
mucho más determinante de lo que creemos.
2016 ha sido el año en el que la
política nos volvió a decepcionar: en España, por primera vez votamos dos veces
para elegir un presidente. En el Reino Unido, rompieron todos los esquemas
decidiendo salir de la Unión Europea. Y si a eso le añadimos ese intento de
golpe de estado en Turquía y que en Colombia rechazaron la paz para seguir con
los enfrentamientos, y la elección de un personaje más que controvertido
llamado Donald Trump… Tan controvertido como el premio Nobel de Literatura a
Bob Dylan. Y el vacile que éste le pegó a los suecos al no ir a recoger el
premio, pero añadiendo dos conciertos en este país.
El año que dejamos ha sido el año
en el que lloramos demasiadas muertes conocidas: Barberá, Castro, Bowie,
Prince, Alí, Leonard Cohen y un largo etcétera, mientras que marcamos un nuevo
(y triste) récord en cuanto a inmigrantes y refugiados fallecidos. El año en el
que el terror fue tan protagonista que en algunos sitios tuvieron que enterrar
a gente en las calles puesto que los cementerios ya estaban repletos de
inocentes fallecidos.
Deportivamente fue el año en el
que el Atleti se volvió a quedar rozando la Copa de Europa, viviendo otra vez
la misma pesadilla: gol de Ramos. El año en el que el Sevilla lo volvió a
hacer, completó su década inolvidable. Y el año en el que decidió que cinco ya
son muchas, ¿por qué no una Champions? El año en el que el “No hay palabras, solo
hechos” tardó tres meses en venirse abajo, el año de la tercera o cuarta
juventud de Rubén Castro y de la segunda de Joaquín. Las decisiones
controvertidas también llegaron al deporte: si no, que se lo pregunten a ese
equipo de baloncesto que toda la vida fue verde y rojo, y ahora es verde y
blanco en su uniforme, pero sigue manteniendo su corazón de toda la vida. El
año en el que España volvió a casa con la cabeza bajada en la Eurocopa, pero
también los doce meses en los que los Olímpicos volvieron a hacernos sentirnos
orgullosos de ellos.
También fue el año de las
tragedias: el yihadismo nos metió más miedo que nunca, el Chapecoense se dejó
la vida y los sueños en el aire. En verano Diana Quer desapareció causando la
preocupación mayúscula de su entorno y también en verano cinco subnormales
(sevillanos como yo y con un abogado más que repugnante) violaron a una pobre chica que
no tuvo la culpa de nada. Cosas así hay muchas que ocurren casi diariamente,
pero he citado algunas de las que más me llamaron la atención.
Personalmente, fue el año más
especial. El año en el que me reencontré con el pasado, el año en el que
conseguí romper barreras en forma de kilómetros, pero los kilómetros fueron
demasiado para nosotros. El año en el que algunas cosas salieron a la primera
intentona, otras a la segunda, y veremos si a la tercera. El año en el que no
tuve miedo para elegir el tres entre éste y el cuatro. El año en que me di
cuenta de lo bonita que es Galicia, pero también lo bonita que puede ser la
vida en cualquier parte del mundo con esa persona que te tiene conquistado el
corazón. El año en el que entrevisté a Néstor Barea, a Rafa Castaño, a la ONCE
aunque no fuese algo sencillo. El año en el que me di cuenta por qué siento
tanta pereza por las cenas de empresa. El año en el que abrí los ojos y vi,
aprendí y sentí cosas totalmente nuevas para mí.
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