sábado, 7 de enero de 2017

Hielo ardiente

Una de las cosas más discutidas para las personas es saber si preferimos en mayoría el frío o el calor. Vivimos por momentos con una memoria tan olvidadiza respecto al pasado que cuando el calor llega en demasía echamos de menos el frío invernal. Y cuando llega la época en la que a las seis de la tarde es de noche ya, volvemos a echar de menos el calor.

En este sentido, también depende un poco de la sensibilidad de cada uno: hay quien se siente más friolero que caluroso, y quien tiende más a lo caliente que a lo gélido. Hay quien se quema cuando siente el hielo, y hay quien siente un sudor frío cuando roza el café ardiendo.

Esta semana he tenido la suerte de poder tener en mi mano un trozo grande de hielo coloreado por la claridad de sus ojos, por su pelo moreno cuando hace frio, y pelirrojo cuando hace calor. No he sabido nunca como encarar la situación sobre su estado de ánimo. Ha sido una situación como los animales que escapan de sus maltratadores: nunca sabes qué hacer ni cómo actuar porque sabes que seguramente hagas lo que hagas será malo, aunque sea con tu buena intención.

Tenía ganas de sentir el hielo alrededor de mí desde hace tiempo: días, semanas e incluso meses. Siempre había observado que es pequeño, frío, pero sin embargo nunca termina de derretirse por mucha fragilidad que pueda tener. Y eso es algo que verdaderamente me fascina: ¿Cómo se puede seguir hacia delante cuando no sientes ningún tipo de ambición hacia las cosas?

Por mucho que no sepa entenderme con el hielo, me gustaría hacerle ver que estoy dispuesto a equivocarme muchas veces con tal de llegar a entendernos. Que por muy mal que cante, por mucha locura que tenga en sus estados de embriaguez, yo estaría toda una noche hablando con ella, escuchándola, porque no, no quiero fallar. No quiero perder la oportunidad, yo quiero ayudar a que no se derrita, a que poco a poco vaya recobrando esa fuerza que algún día seguro que tuvo.     


Supongo que esta es mi forma de pedir perdón por no saber escuchar, y por cagarla en vez de ayudar.

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